Diario de León
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cuarto creciente carlos fidalgo
León

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A noche soñé con Brigadoon. Y fue un sueño tranquilo.

Brigadoon es un aldea de las tierras altas de Escocia, que aparece durante un día cada cien años y luego se desvanece. Cualquier cazador que se aventure por aquellos parajes no verá más que un páramo cubierto de brezos, un puente ruinoso y un arroyo. Sólo si se detiene en la orilla unos minutos y deja la mente en blanco quizá distinga el eco de algunas voces. Palabras sueltas en el aire. Murmullos en el riachuelo. Salvo que sea justo el día del siglo en que reaparece Brigadoon, con sus tejados de paja y sus chimeneas y sus aldeanos de leyenda.

El tiempo transcurre allí más despacio. Un día en Brigadoon equivale a cien años en el resto del mundo. Y todo se evapora en veinticuatro horas, porque Brigadoon es fruto de un milagro. Está a salvo del paso del tiempo.

Justo antes del alba, cuando la imagen de la aldea escocesa se desvanecía entre las sábanas, soñé con Innisfree. Y también fue un sueño reconfortante.

Todo el mundo sabe que Innisfree es un lugar que no existe, excepto en el cine y en los sueños de John Ford, el director de El hombre tranquilo . En Innisfree hay una cabaña, un puente y una calesa que traslada a un antiguo boxeador que regresa a Irlanda huyendo de sus pesadillas.

Yo no las tuve anoche. Me di la vuelta en la cama, justo antes de que sonara el despertador, y caían copos de nieve sobre los tejados de Bedford Falls, la ciudad que se vuelca para evitar que George Bailey, que ha perdido el dinero de la comunidad, se tire por un puente. Y desperté.

Desperté pensando que todos necesitamos un lugar donde refugiarnos. Un lugar apartado del mundo donde sentirnos a salvo. Siempre había creído que esos rincones sólo existen en nuestra cabeza. Que eran invenciones de artistas. Coreografías de Gene Kelly, ensoñaciones de John Ford, un sentimental encubierto, o películas de Capra. Cuentos de hadas, al fin y al cabo, rescoldos de la infancia.

Y lo pensaba hasta que un buen día circulé con mi coche por la carretera sinuosa del Valle del Silencio y contemplé el paisaje de la Tebaida Berciana desde Peñalba de Santiago; un lugar, vayan a verlo alguna vez, que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad porque puede tocarse con los dedos. Y te deja soñar despierto.

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