francamente
Santa Bárbara abdica en san Coque
En tiempo de bendición del pan, lo que resulta que está maldita es esta tierra. Hace demasiadas décadas en las que ya no se interrumpe la jornada para orar el Ángelus, y ‘o demín’ se ha hecho dueño y señor del erial berciano. Tiempo atrás, sólo la Encina podía hacer sombra a santa Bárbara, pero después de que ni esta pudiese impedir el descenso a los infiernos de nuestra minería del carbón —cosa que hubiera requerido de algo más que un milagro—, ahora, en nuestro santoral comarcal ganan terreno, y adeptos, tanto el abogado de la garganta —será por lo del tiempo que llevamos clamando en el desierto sin que nadie escuche nuestras plegarias— como la patrona de los funcionarios —triste reflejo de la situación laboral con la que tiene que pelear la comarca berciana—. Y eso que todavía nadie ha hecho caso de las reivindicaciones bercianistas para dotarnos de hasta sedes ministeriales, que sino podía ponerse a temblar la Morenica, y porque todavía no han abierto el santoral para asignar patrono a los parados o jubilados, dos amplios colectivos que aquí, como en ningún sitio, urgen de contar desde ya con abogado defensor celestial.
A estas alturas de liturgia todavía no sé quién representa allá en los cielos a nuestro sector de la producción térmica, pero me lo imagino —mientras nuestros políticos nacionales siguen sin ponerse de acuerdo en el reparto de sillones, aunque eso nunca se sabe si es bueno o malo— haciendo horas extra para intentar que no se nos caiga la térmica de Cubillos. De los que he encontrado en el ‘santopedia’, el que más se ajusta a las necesidades de nuestra central es san Coque —no confundir con san Roque, que si quisiese también nos podría echar una mano, no en vano, su ‘ministerio’ es el de librar de la peste y otras enfermedades de fácil contagio, y en esto, hay una manifiesta epidemia de estupidez humanoide—. Es cierto que se trata de un santón importado de otras tierras, condenado a morir en la hoguera sin que quede rastro de sus cenizas. Que su ascenso a los cielos se realiza entre una considerable humareda que enerva a los seguidores de San Francisco —tan amante de la naturaleza—... pero menos da una piedra (de carbón). Y sino siempre nos quedará santa Rita.