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Publicado por
MARINERO DE RÍO EMILIO GANCEDO
León

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U no de los desafíos mayores a los que se enfrenta hoy el mundo es el de la sustracción (y descrédito) de la experiencia física. La cosa es de una magnitud tan asombrosa que ni nos damos cuenta de ello, atrapados como estamos en mitad de la madeja, y de idéntica forma a como el murciélago es desconocedor del hecho mismo de su ceguera. Durante milenios el hombre ha conocido o creído conocer un universo cierto de sensaciones tangibles, de criaturas u objetos que causaban dolor o placer, de asuntos deseables o pavorosos, un intenso y la mayor parte de las veces frustrante mano a mano con la realidad que ha ocasionado todo el ser social, la economía, la política y el arte tal y como lo hemos venido entendiendo.

Pero de pronto, un día, entró en nuestras casas la virtualidad. Y al principio todo en ella parecía admirable e insuperable. Rapidez fulgurante, capacidad ilimitada, registro universal. Después, poco a poco, comenzamos a percibir un (temible) lado oscuro: localización precisa, sujeción diaria, acecho omnímodo, asfixiante control. Han levantado otro mundo, paralelo a éste y al que también hay que rendir cuentas cotidianas, y la mayor parte de la gente se enfrenta cada mañana a esa rara dualidad de tareas, gestionar, poner orden y conducirse por redes sociales, bandejas de correo y autopistas de información lo mismo que se hace la colada o se toma el autobús en la realidad física. Y me temo que muchas de esas existencias se estén deslizando cada vez más hacia lo virtual a tenor del sometimiento creciente que éste ejerce sobre el otro: lo que uno vive o disfruta sólo cuenta si se sube en el face o tiene muchos likes .

El universo tangible está de capa caída, es lento y caduco, sudoroso y restringido. Antes, el raro era el cuatroojos que estaba todo el día sentado frente al ordenador; ahora, en estos días de semihumanos en permanente conexión pero desenchufados de esa capacidad crítica (y de esas ganas de vivir y experimentar) que no necesitan pilas ni batería, es lo contrario. Va un ejemplo (real):

—A ver si un día quedamos, vamos a la montaña a hacer una ruta, nos damos una soba buena y a la vuelta nos metemos un cocido.

—Joder, qué friki eres, ¿no?

Sólo decirles que la becaria que me respondió eso en el periódico mandaba whatsapps a los compañeros sentados al lado para preguntarles si iban a meter una noticia, porque le daba «pereza» hablarles. Miedo da.

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