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Publicado por
Felipe Fernández de Mata BAÑEZANO EXPERTO EN HIDROCARBUROS
León

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M añana es Martes de Carnaval y en Nueva Orleans se celebra el ‘Mardi Gras’, una fiesta bien conocida en todo el mundo. La ciudad conserva una importante huella hispana, ya que fue descubierta y explorada a comienzos del siglo XVI por Cabeza de Vaca y Hernando de Soto. Además, estuvo integrada con su región natural la Luisiana, en los territorios de la monarquía española al menos 40 años, hasta 1803. Uno de sus Gobernadores fue Bernardo de Gálvez, cuyo nombre se reconoce en estos días con orgullo en los Estados Unidos como uno de los personajes españoles que jugaron un papel clave en la independencia americana. La Luisiana recibió una importante emigración procedente de las Islas Canarias, que se asentó allí en el último cuarto del siglo XVIII.

El Ayuntamiento de la ciudad se llama hoy ‘El cabildo’ y las señalizaciones de las calles del centro histórico muestran un gran escudo de España realizado con mosaicos de Manises (Valencia) y sobre él, el nombre de las calles. Entre las más importantes están ‘Royal Street’ o Calle Real y ‘Bourbon Street’, o calle Borbón. Las casas en el casco antiguo de la ciudad son de dos plantas con amplia balconada exterior y soportales, mostrando en todo su herencia hispana.

El Martes de Carnaval al que asistí hace ya unos años, una enorme multitud circulaba por las calles desde primera hora de la mañana. Máscaras y disfraces de todo tipo participaron en un desfile esplendido e interminable de carrozas y comparsas, tras el cual el torbellino humano inundó el casco viejo de la ciudad. Los bares invitaban a tomar cervezas o ‘bourbon’. El jazz estaba en todas partes: en pequeñas bandas en las esquinas, en las calles, en terrazas, pero también en uno de los mejores lugares del mundo para disfrutarlo, según dicen: el ‘Preservation Hall’. Es un local recoleto, modesto, donde se abona solamente un dólar a la entrada. En el interior hay pocos e incómodos bancos de madera y un gran escenario. En él, de forma continua, sin interrupción, media docena de músicos interpretan el mejor jazz de la ciudad. Son personas de edad y están compenetrados al máximo, llevan la música en la sangre. De vez en cuando, un intérprete abandona el grupo, se sirve un whisky y continúa con su instrumento… O se marcha y viene otro y le reemplaza. No soy muy entendido en jazz, pero sí sé que el mejor que jamás he oído y oiré, estaba allí.

Los desfiles y bandas de música continuaron ininterrumpidamente hasta caer la tarde, cuando el bullicioso y animado gentío regresó de nuevo a las calles del centro. Las cabezas estaban calientes por las bebidas espirituosas consumidas y tuve ocasión de asistir en primera fila a una llamativa costumbre. Fui invitado a subir a un balcón que se asomaba a la calle Bourbon y desde el que veía como la gente se arrojaba con fuerza puñados de grandes monedas ligeras (tokens), confetis o serpentinas multicolores y otras unidas a una pequeña varilla de madera que las hacía retornar a la mano de quien las lanzaba.

La música, el bullicio, las monedas, las serpentinas, todo era alegre. Y súbitamente, un grupo de jóvenes abrazados entre sí se concentraba ante un balcón, y tras localizar a una joven atractiva, comenzaba a saltar al unísono, al tiempo que la señalaban directamente con los dedos índices y gritaban «¡show your tits!, ¡show your tits!». La joven estaba atrapada por la gente que la rodeaba en el balcón. La huida era imposible. Poco a poco, se iban sumando más gritadores en la calle y el número subía a veinte o treinta personas botando al unísono, gritando el mismo estribillo. Finalmente la chica, objeto de la petición, levantaba su ropa y mostraba fugazmente su «delantera» al gentío. Éste rugía de entusiasmo, aplaudía y se disolvía con rapidez en busca de su siguiente objetivo, entre las risas y el lanzamiento generalizado de monedas y serpentinas.

Yo era el único español en un pequeño grupo de europeos y norteamericanos, en el que al menos había tres o cuatro matrimonios y comentábamos divertidos lo que estábamos presenciando, cuando repentinamente, nos encontramos con los jóvenes saltando y gritando «¡show your tits!, ¡show your tits!» al pie de nuestro balcón, al tiempo que apuntaban ésta vez a la pareja de un integrante de mi grupo. El marido esbozó una cara de absoluto horror, si bien su mujer pareció divertida. Como quiera que la petición arreciara, en un momento dado, la mujer se levantó el jersey y mostró sus gracias a la muchedumbre. Lo siguiente que pudimos ver, fue que nuestro amigo la tomó de la mano y se la llevó al hotel. Al día siguiente no la vimos. De hecho, nunca más volvimos a verla, no hubo otras ocasiones. Quizás algo había ido demasiado lejos, incluso para un europeo.

Fue en aquel viaje cuando tuve la oportunidad de tomar un vapor de los que navegan por el rÍo con una enorme rueda motriz a popa del buque. Era el Cotton Blosson , junto al que se encontraba el famoso Natchez y con él hice un largo paseo por el inmenso río Mississipi. No hay referencias válidas que sirvan para describir la anchura y la majestuosidad de aquel rio. En la pequeña excursión aguas arriba, el buque nos llevó hasta una zona de manglares donde habitan multitud de cocodrilos. En otro lugar, había dos portaviones atracados, uno de ellos era el inglés Hermes, que también tuve oportunidad de visitar. Parecían pequeños comparados con la grandeza del río. Uno de los puentes que lo cruzan de orilla a orilla, debe de tener varios kilómetros de largo, quizás cuatro.

La visita a la ciudad fue inolvidable para mí. Por la huella hispánica, la alegría, la comida, los colores, la música, los paisajes naturales, y el orgullo de la tierra hacia la mezcla de poblaciones y de culturas, lo criollo o «Creole».

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