Diario de León
Publicado por
EL CORRO PEDRO VICENTE
León

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A través de las famosas pilladas en las que muchos han ido cayendo al deslizar comentarios espontáneos sin saber que estaban siendo grabados, sabíamos que lo que dicen en público los políticos en no pocas ocasiones no tiene mucho que ver con lo que realmente piensan. Incluso que a veces es justamente lo contrario. La impostura, o lo que ahora llaman postureo , es moneda corriente. En otras democracias la mentira está fuertemente penalizada por el electorado y la opinión pública, de modo que ser cogido en el menor renuncio tiene consecuencias fulminantes. Ángela Merkel dejó caer a dos ministros, uno de Defensa y otro de Educación, tras revelarse que ambos habían copiado sus tesis doctorales.

Algo así es pecado venial en España, donde hay licencia para mentir sin coste político ni reproche social. El «dime que me quieres aunque sea mentira» está muy interiorizado por un amplio sector que vota a piñón fijo, perdonando a su partido del alma cualquier atrocidad. En las pasadas elecciones tuvimos un ejemplo cercano en Segovia, donde la permanencia en la papeleta de un candidato repudiado por los suyos tras verse envuelto en un escándalo de corrupción, no restó un solo elector al PP. Y ahí está el ínclito Gómez de la Serna aferrado a un escaño que, además de sueldo público, le proporciona aforamiento judicial.

Pero estos días, con los movimientos de gobierno, hemos llegado más lejos: Se pretende hacer tabla rasa de todo cuanto dijeron los líderes en la pasada campaña electoral. Las hemerotecas recogen fielmente el fuego cruzado de descalificaciones durante ese pandemónium que precede al paso por las urnas. Y de atenerse a ello, ningún partido puede aliarse con otro sin incurrir en la más absoluta incongruencia. Además de llamar «indecente» a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez equiparó a Ciudadanos con las Nuevas Generaciones del PP y aseguró que jamás pactaría con Podemos. Pablo Iglesias englobó a PP y PSOE en el mismo saco de la casta a extinguir y Albert Rivera se abrió paso denunciando los desmanes de un bipartidismo que ahora querría apuntalar. Y Rajoy, quien ha gobernado sin querer saber nunca nada de nadie, se extraña de que todos le rehuyan como a un apestado.

Es evidente que no puede haber pacto alguno sin que los que participen en el mismo se desayunen unos cuantos sapos. Pero lo que no pueden pretender es que los ciudadanos imputen a beneficio de inventario todo lo oído en la pasada campaña electoral. Entre otras cosas porque si no fragua ningún acuerdo de gobierno, ¿cómo quieren que nos creamos sus proclamas en la próxima campaña?

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