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Publicado por
Ángel Alonso Álvarez Catedrático de Ingeniería de Sistemas. Universidad de León
León

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A lphabet’ proviene de «empresa que apuesta (bet) por proyectos ambiciosos que aún están en sus primeras fases (alpha). Y ‘Alphabet’ es la empresa matriz de Google. Es la mayor empresa del Planeta. Su valor en bolsa es descomunal y junto con Apple, Facebok y Microsoft lideran el ranking mundial. Las petroleras, las automovilísticas, o los bancos, a gran distancia, ya no aspiran a pisarles los talones. ¿Es un proceso reversible? Pues no. Sigue la estela de la línea del tiempo, tampoco es reversible. Es un hecho común que invita a la reflexión. Y más que invitar, la impone. Nos impone obtener la enseñanza más obvia: transformación. Asistimos a una «transformación» profunda del hecho económico.

«Transformación» porque triunfan las actividades derivadas del conocimiento discreto, bien acotado. Donde se produce una acumulación de conocimiento discreto, invariablemente, hay vida, vida económica, prosperidad y esperanza. ¿Y por qué hay vida? Porque la acumulación de conocimiento discreto lo primero que acumula es «valor», a las pruebas me remito. Hablamos de una acumulación anterior, requisito inexcusable, para que en algún instante se produzca facturación y resultados. Dicho de otro modo, no es posible el negocio sin la existencia previamente de «valor». Mudanza. La Humanidad se está decantando por el «valor». «Valor» que proporciona la acumulación de conocimiento discreto, resolutivo, intelectualmente consistente y que se convierte en capital reputacional. ¿Estoy diciendo que la Humanidad premia reputación, pujanza intelectual y desafíos? Eso digo y estoy de acuerdo con la Humanidad.

Muchos se preguntarán qué hay que hacer, qué pasos conviene dar para que lo que ocurre en las principales bolsas del mundo, que premian y pagan, previamente, el «valor», ocurra en la de Madrid. Nada. No hay que hacer nada. Ocurrirá también en la bolsa de Madrid y si no ocurre la reemplazarán nuevas empresas. O gira sobre su eje y acomete las transformaciones necesarias o cataplún, tendrán que bajar la trapa. Desde mi ordenador compro las acciones de mi preferencia. No necesito a la Bolsa de Madrid, excepto que me proporcione expectativas. No es tan difícil de entender.

¿Enviaríamos a nuestros hijos a cursar estudios a una universidad sin expectativas? De ninguna manera, bajo ningún concepto. Lo hacemos cuando no tenemos más opciones. Las actividades que sobreviven gracias a un mercado bloqueado, como la Bolsa de Madrid, tienen los días contados. Generan una zona de confort, temporal, y acaban... Son poco consonantes con la vida real, con la agilidad intelectual de las sociedades; son poco consonantes con el talento individual, con la movilidad y desplazamientos constantes de nuestra especie. La historia de la Humanidad es una prueba fehaciente de lo que digo.

El cuerpo académico ha sido víctima durante décadas de un debate impostado, falso, sobre si la universidad debe ser pública o privada. «Poco importa que el gato sea blanco o negro, importa que cace ratones», fue la máxima que utilizó Deng Xiaoping para convertir China en lo que es hoy. Es alegoría muy agresiva (de gran determinación). Significaba y todos lo entendieron, imitación, importación de sabiduría tecnológica y científica y libertad de acción para prosperar. Dicho y hecho. Determinación. ¿Qué importancia tiene si la universidad española es pública o privada?.

La Universidad española, la que llamamos pública, es enteramente privada, rigurosamente privada, es de todos los españoles, del pueblo. Un pueblo con nombres, apellidos, DNI, domicilio postal, electrónico, antecedentes genealógicos y biológicos, un pueblo localizable y conocido. Los españoles, además, no somos tantos, 47 millones. Una cifra insignificante en comparación con los clientes de ‘Alfhabet’ (Google), más de mil millones o los 687 millones de acciones que tiene en circulación, cotizadas, con propietarios, a las que habría que añadir las que retiene la propiedad, con un valor de mercado para cada una de ellas, a fecha de 5 de febrero de 2016, de 730 $ la acción.

El conocimiento discreto, de nuevo, se impone a las pamemas y divagaciones estériles. Lo que debiera importarnos, no es el puesto de nuestras universidades en el Ranking de Changai (que se evalúa con códigos internos o métodos de autoevaluación), debiera importarnos si responden o no a las expectativas de la sociedad española, a las expectativas de la propiedad y el verdadero jurado. ¿Son indescifrables las expectativas de la sociedad española? ¿Acaso, son opacas? La universidad en general, a escala mundial, y la española más, fabrican muchos postulantes de empleo, cualificados, claro que sí, pero en modo asonante, y pocos líderes y son, a fecha de hoy, a las universidades me refiero, casi inocuas, en la hora de generar «valor» y servir a las sociedades que las sostienen y propietarias de todos sus activos.

Si pensamos la universidad española desde la perspectiva de la propiedad, las reformas que tenemos que hacer son muy obvias. Tenemos que apostar por todos los procedimientos que favorezcan el cumplimiento de sus expectativas: generar autoridad y prosperidad, generar «valor» cierto, y visible. Anteponiendo, con humildad, los objetivos discretos y devaluando, lo justo, los objetivos en exceso genéricos o polisémicamente ebrios (la promoción de la ciencia, la cultura y la educación… que son fines que comparten todas las universidades, las muy malas y las muy buenas).

Y lo que expongo, de manera sintética, debiera recogerse, con más detalle en un Informe de Bases para la RUE, Reforma (necesaria) de la Universidad Española. Debe hacerse. ¿Existe energía para el cambio, para la reforma en nuestra universidad? Claro que existe. Y mucha. Aunque poco visible. Reside en lo que puede calificarse como «Universidad Oculta, Silenciosa». La universidad española necesita un golpe de timón, más fácil y sencillo de dar de lo que pueda parecer. La «Universidad Oculta, Silenciosa», con latido reconocible, obtiene su energía de la sociedad a la que pertenece, la española. La «ombligofilia» desenfrenada, hablar de nuestras cuitas, a tumba abierta, sin pudor, impide ver el bosque y por lo tanto servir, crear «valor», autoridad y expandirnos. Hablarle a los pupitres —úsese todo el tiempo del mundo, nada cambia— es irresoluto, una equivocación. Jamás contestarán.

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