Diario de León

al trasluz eduardo aguirre

Todo lo que importa

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Según los forenses, Isabel Carrasco tardó cinco minutos en perder la consciencia y diez en morir. El tiempo es un reloj misterioso, donde un minuto puede componerse de siglos. Leo en la excelente crónica judicial de Miguel Ángel Zamora la siguiente explicación del experto: «Cuando ustedes apagan su ordenador repentinamente, sale un mensaje diciendo: ‘Windows está cerrando este equipo’. Pues lo mismo ocurrió en el cerebro de Isabel Carrasco. No era consciente pero su cuerpo estaba luchando contra los graves daños que había sufrido. Quedaba algo de vida pero ya era una agonía». Algo puede ser poco, pero no es nada. A veces, puede ser suficiente para un acto de contrición. En un último segundo de vida pueden experimentarse muchos sentimientos. Ayer mismo, una testigo de la tragedia del recinto Madrid-Arena declaraba que una de las víctimas le dijo antes de morir: «dile a mi padre que le quiero». ¿Cuánto tiempo de vida se necesita para decir esta frase? ¿Cuántos algos de existencia consciente son necesarios para pedir perdón, dar las gracias o mandar un último beso? La información de los forenses sirve para recordar, a quien lo haya olvidado, que en aquella pasarela se asesinó a un ser humano. Ahora sabemos que se llevó la mano a la espalda mientras caía. Y que trató de aferrarse a la barandilla. Todo último gesto lleva dentro un mundo. En «La jungla del asfalto», obra maestra del cine negro, un campesino metido a gángster urbano, sintiéndose herido de muerte, emplea sus últimas fuerzas en encontrar un terreno con hierba y caballos sobre el que tumbarse a agonizar. Algo puede ser mucho.

Al parecer, madre e hija barajan escribir un libro «para contar toda la verdad». Se sienten dolidas por el injusto tratamiento recibido por parte de los medios de comunicación. ¿En qué esquirla de su corazón de hierro les duele? El de ellas late, el de Isabel Carrasco ya no.

El caso da para diversas reflexiones, aunque algunas no pueden ser aún expresadas sin sentir que estás faltando a la debida piedad. Ojalá que en esa última brizna de existencia consciente sintiese paz, pese al horror. Porque en un segundo cabe todo lo que importa, aquello que es verdadero y quizá habías olvidado sobre ti mismo.

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