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aquí y ahora manuel alcántara
León

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U n siglo después de que falleciera de eso que llamamos ‘muerte natural’ Albert Einstein, como si lo natural fuera morirse, que es sólo una costumbre heredada, le están dando la razón al sabio.

Detectó su prodigioso celebro de terrícola que las ondas gravitacionales curvas en el espacio, cuando ambas cosas se confunden con el tiempo, nos harán comprender la conducta de las estrellas. No era creyente don Alberto, que eso se lo dejaba a algunos párrocos y a otras personas de buena fe y de envidiable buena esperanza, acorde con lo establecido.

Me he inclinado sobre sus libros, con el consiguiente riesgo de caerme. En el que tituló Mi visión del mundo aclara que no es necesario reflexionar demasiado sobre nuestra breve visita: estamos para los demás. No creía en la libertad del ser humano en un sentido filosófico, pero creía en algunos filósofos, entre otros en Schopenhauer.

Si hubiera vivido en España en este momento histórico hubiera explicado el choque de dos agujeros negros, formado por más de dos partidos políticos, pero él no condescendía a ocuparse de conflictos entre terrícolas que son mal avenidos.

¿Qué le importa a Einstein que le den la razón un siglo después de su estancia en este planeta suburbano? Como todos sabemos, con la razón no se va a ninguna parte porque pesa mucho acarrearla.

Perseguidos por nuestra sombra, se acerca una nueva crisis bancaria dispuesta a hundir los sumergidos mercados. Cuando la vida achucha se aleja la metafísica de las amapolas de la que hablan los poetas y los científicos, aunque éstos la llamen por otro nombre. No es que se acabe el tiempo, es que se acaba nuestro tiempo.

Se acumulan las investigaciones, pero nuestros infames políticos no dan abasto para responder a sus desmanes.

La Guardia Civil busca en la sede de Génova, mientras cunde la desolación en el Partido Popular porque Rajoy sigue en las nubes.

Como Einstein, como pero con menor provecho porque no va a llegar a tiempo para bajarse.