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Publicado por
Emilio Geijo Rodríguez Profesor jubilado de Filosofía
León

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N o era necesario el cuarto centenario de su muerte para reconocerle como ‘numen tutelar’ de la lengua castellana, la lengua que hablan quinientos cincuenta millones de personas en el mundo y que constituye el soporte de una industria cultural que representaba, hasta hace poco, el 4,5% del PIB en España. Me apresuro a dar la cifra antes de que los guardianes de lo económico muestren su desdeñosa sonrisa, pues con recelo, desprecio e insensatez vienen tratando eso de la cultura. Permiso, pues, para seguir hablando.

No era necesario, pero sí oportuno aprovechar la secuencia de las tres conmemoraciones cervantinas desde 2005 hasta ahora para llevar a cabo una ambiciosa acción cultural dentro y fuera de nuestras fronteras.

La proposición fue hecha, con bastante anticipación, en 2001, por José Luis Rodríguez Zapatero en el Congreso de los Diputados y mereció —según testimonio del cervantista Francisco Rico— «la rechifla de la bancada popular». Aguda visión tenían los risueños diputados conservadores pues desde entonces se han vendido más de tres millones de ejemplares de una edición especial del Quijote surgida de aquel impulso.

En Inglaterra, gente nada sospechosa de despreciar un penique y menos de reírse de cuanto contribuya a su proyección mundial, se han tomado el centenario de Shakespeare, coincidente con el de Cervantes, con mucha más convicción que nuestra tibia Comisión Nacional del IV Centenario de la Muerte de Miguel de Cervantes, empezando por su primer ministro Cameron al dirigir a la nación un sólido discurso en el que invoca todos los lados del poliedro que es la obra de Shakespeare y al liderar un completo proyecto nacional para reforzar su conocimiento por todo el mundo.

Tras ese impulso, ‘Shakespeare vive’ se ha convertido en un apasionante programa global de actividades y eventos que subrayan la perdurable influencia y extienden el uso de Shakespeare como recurso educativo. Funcionará en más de setenta países y será una permanente invitación a todos a participar de la enorme riqueza cultural que contiene. Cameron actúa con el Cisne de Avon del mismo modo que éste describe a Julio César: «… lo pasea por el estrecho mundo como un coloso».

El bardo, dice Cameron, no pertenece a una edad sino a todo tiempo porque vive en la lengua, en la cultura y en la sociedad a través de su perdurable influencia en la educación. En definitiva, por utilizar una de las expresiones favoritas de Mariano Rajoy, el primer ministro británico ha hecho lo que tenía que hacer.

Hay, no obstante, una afirmación errónea de Cameron en su envidiable discurso cuando dice que «el legado de Shakespeare no tiene paralelo». Sí que lo tiene, Mr. Cameron, sí que lo tiene y se llama Miguel de Cervantes Saavedra. Ambos han creado personajes que encarnan la sustancia humana, lo que permanece y nos conforma, la íntima y dolorosa realidad de nuestro mundo anímico. Ambos han mostrado con palabras la esencia de nuestra sociedad, han decantado con precisión los oscuros mecanismos que la mueven, lo que somos, lo que debemos hacer y lo que podemos esperar. Casi, hasta coinciden en las fechas de sus muertes. Lo que no tiene paralelo ni comparación es el aprecio que uno y otro genio tienen en sus respectivos países por parte de sus dirigentes. Aquí, alguien no ha hecho lo que tenía que hacer.

Porque incomprensible e inexplicable es que en esta España dolorida, quienes pretenden gobernarla hayan sido incapaces de unirse para encauzar institucionalmente el inmenso poder e influencia de Cervantes y sus enormes posibilidades educativas. Lo diré en palabras de Cameron tomándome, con toda legitimidad, la licencia de sustituir a Shakespeare por Cervantes: «Más allá del regalo del lenguaje, de haber dado vida a nuestra historia, en él tenemos un hombre cuya vasta imaginación, ilimitada creatividad e instinto humano abarca por completo la experiencia humana como nadie antes o desde él».

No era necesario un centenario para vertebrar un proyecto cultural para España y reforzar la actividad del Instituto Cervantes en el mundo porque, aunque sus obras permanezcan cerradas en los anaqueles, Cervantes sigue siendo un camino abierto a quien quiera transitarlo. Solo sería necesaria una mica de la locura de Don Quijote. El problema lo diagnosticó León Felipe: «Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo».