Tres mineros
T res mineros de León, jubilados; tres amigos que se ven todos los días, que toman café en un bar del barrio de San Mamés. Tres mineros que vivieron de jóvenes el esplendor de la antracita y de la hulla, también el dolor de haber perdido a compañeros, y las primeras crisis del sector. Tres gladiadores retirados que casualmente representan a las tres cuencas principales de León: Laciana, El Bierzo, la Montaña Central. Esos mineros que leyeron la semana pasada que la Hullera Vasco Leonesa llegaba a su final.
Entonces Edelmiro el berciano, Ramón, el lacianiego y Esteban, el del valle del Bernesga, hicieron lo que habrían prometido un año atrás si sucedía la noticia de la Vasco, que ellos veían venir. Subieron al viejo Xsara de Edelmiro, y, como si fueran poetas del carbón y la melancolía, enfilaron la autopista de Astorga. Al llegar a Bembibre salieron hacia Fabero, el pueblo de Edelmiro, donde los tres amigos se acercaron a la gran corta, la gigantesca montaña de antracita que hoy vive su decadencia inexorable. Edelmiro habló entonces un poco, pero luego su voz se iba frenando, se quedaba en un decir ininteligible. Y no era por la emoción, no era por eso. No sabría decir por qué. Sus palabras se mezclaban con el pequeño estruendo que todavía hacen los últimos camiones amarillos que deambulan por el gran desierto negro, como camellos perdidos en la nada.
Entraron en Fabero, Edelmiro trató de no coincidir con amigos de otros tiempos, le daba pena. Pasearon por las afueras y pronto volvieron al coche porque la jornada era larga y la luz de este mes de febrero todavía corta, y había que llegar a Villablino. Ramón conocía un lugar excelente para comer y allí lo hicieron los tres hombres. Ramón es hombre muy social, dejó muchas amistades en Laciana, de sus años de picador. Dos de esos amigos se juntaron a los tres mineros de la expedición para hablar de varias cosas, que a la postre solo era una: la inmensa decadencia del municipio, que ha perdido casi el 40 por ciento de su población en lo que va de milenio. Hablaron los cinco hombres de la liquidación ya no solo de una forma de vida industrial, sino de las muertes de tantas personas que se habían ido. Aunque luego uno de los lacianiegos que allí estaban, dijo que había algunas esperanzas, pocas. Ya se sabe, el turismo, el senderismo, las montañas…
Los tres mineros salieron de Villablino y cuando llegaron a Ciñera eran casi las seis. La tarde empezaba a caer, habían previsto acercarse a contemplar las explotaciones de la Vasco, pero ninguno de los tres jubilados quiso hacerlo. Se quedaron en el ocaso con su memoria, con su estupefacción, con su amargura. Como si hubieran renunciado de repente a la épica minera que los tres amigos llevaban en la sangre. Como si eso ya fuera de otro tiempo, de otro mundo, incluso de otra provincia.