Puertas giratorias
E n política las puertas giratorias circulan en las dos direcciones. De dentro afuera y de fuera adentro. Políticos destronados de sus escaños aterrizan en flamantes consejos de administración y aficionados a la oratoria barata que nunca han hecho nada de fuste se suben a una lista y del partido saltan a un cargo en la administración. En ambos supuestos se trata de un problema no menor para la calidad de la democracia. Si a un exministro lo ficha una empresa privada con su agenda de contactos en la administración bien actualizada; con los planos del tesoro (proyectos de energía, infraestructuras, fusiones financieras, objetivos de desarrollo) pasados a limpio; y con detalles sobre los atajos para andar más rápido en la administración se convierte en un caso de información privilegiada ambulante. Si en el consejo de administración de esa empresa se plantea un proyecto en el que entran en colisión los intereses generales y los particulares es bastante probable que el ex se incline hacia quien le paga. La ausencia en España de una regulación de la actividad de lobby ofrece un terreno de ilimitadas posibilidades al borde de la ley para los que saltan de la administración a la empresa privada. Eso hace más frágil la democracia generando espacios de sombra al tráfico de influencias y al abuso de posición dominante. Pero la puerta giratoria de entrada es tan preocupante o más que la de salida.
El atractivo de un buen sueldo, influencia política y cuota de poder llevan a los órganos ejecutivos una porción de oportunistas, arribistas, aventureros y, sobre todo, indigentes intelectuales, que operan como los zánganos en la colmena de la democracia. Porque si para entrar en el circuito privilegiado de la política hay que vender humo, prometer lo imposible, engañar al electorado, y sustituir el trabajo duro por el ‘agitprop’, no hay duda de que se hará. Con la crisis económica ese problema se ha agudizado y amenaza rebajar aún más el nivel medio de la clase política de este país que desde los grandes líderes de la Transición no ha hecho más que menguar. No es fácil resolver el problema porque si somos extremadamente estrictos en regular la vuelta de los políticos a la vida privada, el talento se quedará fuera y llenaremos las instituciones de holgazanes que nunca querrán salir y harán de ellas su propia empresa. Ya ocurre que muchos empezaron de concejales en sus pueblos y ahora están a punto de jubilarse en el Senado. Pero estoy convencido de que la solución no son los reglamentos de incompatibilidad y limitación de mandatos o ampliación de plazos para trabajar en la privada. A la política hay que ir a perder dinero, a perder oportunidades, a quedar rezagado en la carrera del éxito profesional. Y es preciso evitar que los partidos se conviertan en oficinas de empleo sin control de los votantes. Listas abiertas ya.