Buey y golondrino
C asi todo lo que aprendimos del fútbol se proyectó frente a la tribunona del Molinón, cuando Joaquín pintaba Van Goghs en el Tango, y Villa (el de Mieres) templaba en la fragua de los genios al Meri, indomable para el estrellato de Concha Espina; fue un momento de gloria en el que se fraguó el Sporting a Turín y el Oviedo a Turón, que tiene madera secular, consecuencia de aquella camiseta verde de Ablanedo, en la que el escudo rojiblanco asumió trazas de blasón. Las clases intensivas de política llegaron en medio del tránsito de una factura de gomina que llevó al patíbulo a Amilivia, la última sombra alargada que impedía medrar a los ajos en el huerto de Zapatero, previo al invento de ZP y todo el embeleco que vino después y ejerció de placebo en aquella terapia de León contra la endemia de su historia reciente; es posible que a Alejo nunca se le llegara a hacer justicia por todos los desvelos que empleó para laminar la carrera de un tipo al que León se le quedaba pequeño antes del sunami que se atizó en el rompeolas del matinal, espacio radiofónico mitológico de la época. Se lo cuentas hoy a uno de Zaragoza que maldice a la casta y se cisca en los principios de la revolución francesa —a excepción hecha de la felizidane que tanto añora un segmento de la población acomodada— y le entra un ataque de risa. Aquella lección sobre la congruencia que asumió el ex alcalde por quinientas pesetas, que te las birlan hoy casi por una caña en locales que en mayo ponían de tapa la papeleta del PP y en cualquier noche de fin de semana te das de bruces con el mayor de la city en esa pose de quien sirve vino a Bertín Osborne, se puede emplear para actualizar el momento. Que a nadie extrañe que quede gente honrada que no conciba que hoy acudan al Pleno de la Diputación de León los ocho diputados socialistas, en virtud de los augurios que le ha deseado a la institución su secretario a nivel autonómico; y que no aparezca tampoco el diputado que encarna la revolución naranja, ni su asesor de 20 mil loiros, luego de la entrada de su líder en el Congreso, a tiros en un 23 de febrero. El final funesto para un institución de dos siglos merece al menos un referéndum. Si es por ahorrar, que miren los análisis de sangre del estado autonómico; lo del buey y los golondrinos, que viene con detalles en el refranero leonés.