Diario de León
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en blanco javier tomé
León

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Nacida con la vocación de ser laboratorio de convivencia y brasero de los afectos provinciales, la Casa de León en Madrid es un lugar distinguido y señorial que rezuma clase y un gratificante aroma añejo. Ubicada en la castiza calle del Pez, sita en un barrio entrañable, transitado y muy vivo de la capital española, su función primordial es la de preservar la memoria colectiva local y difundir por todos los medios la «marca León».

Allí nos fuimos el pasado día 15, a participar en uno de esos calechos que forman parte principal de nuestro libro de estilo. Una fiesta familiar que estaba centrada e inspirada en la eterna liturgia del vino, cuyos modos y filosofía ocupan un lugar de privilegio entre los ritos, creencias y valores leoneses. No en vano la cita llevaba el sugestivo título de «Parrafadas, telares y atropos de bodega y tabierna», toda una declaración de principios sobre esos alegres y gloriosos antros de perdición que son las tascas y demás parentela dedicada al gratificante ejercicio del comercio y el bebercio.

Ya explicó Alfonso IX, muchos siglos atrás, que tenía un Toro que le daba vino y un León que se lo bebía. De ahí arrastramos la afición al deporte de interior del vaso cumplido y las raciones de buena vida que han convertido nuestros bares en auténticas universidades populares. A la cita acudieron Jesús Méndez en representación de Casa Benito, cita obligada en el Barrio Húmedo, Ángel Valcarce, de la bodega El Fielato de Ponferrada, y la simpática Pepina de Casa Vica, todos ellos taberneros a la antigua y sabia usanza.

Y así, llevados por el olor, el color y el sabor local, cantamos cosas de la tierra, echamos unas risas con lo etnográfico y la tradición oral, y bebimos abundantes tragos del centenario porrón de Benito, bien acompañados por la gente de la Casa de León: el presidente Alfredo Canal, Cándido, Pepe de las Heras, David, la guapísima Conchita o Héctor Luis Suárez, siempre nostálgico de su barriada de Santa Marina.

Una noche insuperable, cuya mágica atmósfera estuvo impregnada del código genético de lo leonés.

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