El otro deporte
E l domingo un cartelito colgaba de un semáforo en el centro de Trobajo. «Judo». Así de escueto pero no dejaba lugar a dudas porque incluía una flecha que señalaba hacia el pabellón Camino de Santiago. Por las calles pululaban multitud de pequeños a los que por debajo del anorak les asomaba el judogi —o así lo llama la wikipedia— y por encima unos intensos coloretes producto de una apasionante mañana.
Si me pidiesen un recuento de mis amigos de verdad fijo que incluiría a Vicente, un karateca curtido en décadas de ‘batallas’, pero ‘batallas’ peleando por hacer un hueco a un deporte que conociéndole a él no cabe duda de que es cierto eso tantas veces repetido sobre la nobleza de esas artes milenarias.
Porque el deporte de verdad, el importante, el que practica todo el que quiere, se hace así. A golpe de humildad, frío y en ocasiones de cartera propia. Eso lo sabe bien Tasio que remó durante décadas para que los pelotaris de León disfrutaran de su pasión. O Aurora y Presen que cada domingo cumplen con el imperativo de la igualdad de género y con el sueño de muchas chicas de golpear con el pie el cuero. Son veteranas del deporte base, como los ponferradinos José Antonio ‘el del Santas Martas’ y Jesús ‘el de la Morenica’, que ya hace mucho tiempo que firman fichas federativas para hijos e incluso nietos de sus primeros pupilos.
En ocasiones en el deporte base se toca el cielo como saben sobradamente en Puente Castro o más recientemente en La Peña. O Miguel Estrada y Rafa, que metieron más de un triple en Europa con ese club que creció desde las penumbras de un patio de colegio.
Todos hacen una labor impagable y nunca bien reconocida. Nada tiene que ver ese deporte con el de un Cristiano incapaz de controlar la boca o un Messi que lanza contra la grada un pelotazo porque al chico no le salieron las cosas como quería. Es ese deporte de las decenas de niños que sueñan con que ellos también meten la canasta de ese Llul al que no conocemos ni su voz. O que exhiben la nobleza de Gasol o Nadal dentro y fuera de la pista. Y con la sonrisa franca de un Casillas al que tantas horas en concentraciones le han convertido en un privilegiado croupier de la baraja. Seguro que no avergonzará a Martín desde la banda cuando el peque juegue al fútbol.
Pero ese es otro mundo muy distinto y quizá sea Deporte con mayúsculas.