Diario de León
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cuarto creciente carlos fidalgo
León

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B orges tenía un gato. Cortázar también. Bukowski, que admiraba la dignidad de los felinos al caminar, le dedicó un poema a uno de los suyos, un gato callejero bizco y sin cola que había rescatado de la calle. Y Ray Bradbury, el autor de Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 , descubrió en ellos el secreto de la creatividad. «Trata a las ideas como a los gatos, haz que te sigan», decía.

El gato blanco de Borges se llamaba Beppo y era un animal irascible. Desconozco si el genio de su dueño era igual. Cortázar le puso al suyo el nombre de un filósofo, T. W. Adorno, porque sabía que detrás de la calma con la que los gatos afrontan la vida se esconde un universo de sabiduría. Sartre llamó Nada al suyo, y el nombre encajaba como un guante con sus escritos existencialistas. Y Bukowski, el sucio Bukowski que quería reencarnarse en un gato, estaba convencido de que cuantos más felinos hubiera en una casa más tiempo vivirían sus moradores. «Si tienes un centenar de gatos vivirás más que si tienes diez», afirmaba.

Solitarios, independientes, libres. Los gatos, dicen por ahí, son los animales más perfectos para convivir con un escritor. Los escritores, me cuentan, suelen ser tipos ensimismados, egocéntricos, solitarios. Los gatos no les molestan. Al contrario. Algún escritor como Lord Byron se llevaba incluso a sus cinco felinos en sus viajes. Por cierto, el gato de Borges se llamaba Beppo en honor a un gato anterior del poeta romántico.

Capote tenía dos gatos y un bulldog. Y se pasaba el día defendiendo a su felinos de los mordiscos de su perro. Debía ser muy entretenido. Doris Lessing, Espido Freire, Patricia Highsmith, las escritoras tampoco son inmunes a su encanto. Y da igual el género que cultiven. Philip K. Dick, autor de Sueñan los androides con ovejas eléctricas —en el cine Blade Runner —, sospechaba que su gato acabaría escribiendo novelas de ciencia ficción. Hemingway decía que, a diferencia de los humanos, los gatos nunca esconden sus emociones y por eso son más honestos. Y Twain opinaba que si se cruzaran los gatos con las personas mejoraría la especie humana, pero empeoraría la felina.

Así que desconfíen de aquellos que van por la vida propinando patadas a los gatos callejeros. Antes lo han hecho con un semejante.

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