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fuego amigo ernesto escapa
León

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M ientras se mantuvo activa la minería, Montealegre fue un pueblo arrullado por el bullicio, que recuperó la algarabía de niños y motos en sus calles, después de varias décadas de sordo abandono. Ahora el municipio cepedano de Villagatón al que pertenece, anuncia el compromiso de revitalizar sus recursos culturales y naturales más atractivos con una propuesta de paseo que incorpora visitas esenciales, como las estelas cosmológicas de Manzanal, la iglesia románica de Montealegre, declarada bien de interés cultural en 1993, o la ruta natural del Górgora, que entre robles y castaños conduce al viajero hasta el asombro de una imponente cola del diablo. Todos los paisajes tienen su misterio, pero pocos reúnen tantos quiebros aciagos como esta encrucijada de la ominosa y descalabrada pendiente del puerto. De ahí, la intención municipal de combinar el descubrimiento de vestigios con la celebración de tradiciones, como la siega o el magosto.

Uno de los ramales del Camino a Santiago, estudiado por el sabio Jovino Andina Yanes, aprovechaba el asiento de una calzada romana para bajar al Bierzo por Manzanal. ¿Qué ocurrió para que esta ruta fuera relegada por la senda de Foncebadón? En los confines de la Maragatería, los peregrinos depositaban un guijarro en la Cruz de Ferro para cruzar sin quebranto los abismos que median entre monte Irago y el Meruelo. Montealegre se aúpa en un altozano sobre el arroyo de La Silva, en cuya compañía descendía la calzada hasta la vega de Bembibre. En el fondo del valle asoma la espadaña vacía y los hornos del ábside de la iglesia románica de San Juan de Montealegre, cuyas ruinas ocupan una hondonada de escombreras de carbón agitada durante años por el trasiego de los camiones. Nada que ver con el jugoso valle descrito por Gómez Moreno, quien fotografió hace poco más de un siglo la iglesia enhiesta de ábsides policromados y capiteles corintios.

Estos desechos, a los que la declaración monumental llegó con evidente retraso, vivieron un primer conato de traslado al poblado de Compostilla diez años después de su ruina bélica. Puso la proa la mitra de Astorga. Luego, las autoridades leonesas encabezadas por el obispo Almarcha emprendieron un plan de mudanzas monumentales que ha estudiado el profesor Emilio Morais y que sólo cuajó en parte. Las ruinas monásticas de Eslonza se embutieron en la iglesia de Renueva, la Puerta de la Reina en la Audiencia, el palacio de los Prado blasonó el hospital de Regla y el de los Quirós la hospedería isidoriana. Pero ni siquiera la euforia desenvuelta de los 25 Años de Paz consiguió mover San Miguel de Escalada hasta el malvar de la carretera de Asturias, ni trasladar la iglesia de Montealegre para decorar la puerta de León en Albires.

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