Diario de León
Publicado por
NUBES Y CLAROS MARÍA J. MUÑIZ
León

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M ientras el arcoiris electoral decide la intensidad y la gama de los colores que serán dominantes, el ciudadano se acostumbra a un nuevo escenario que pronto se convertirá en cotidiano. Los piquitos homo y la camisa remangada seguirán pareciendo bien o mal según los prejuicios, y la pirueta para llamar la atención tendrá que ser cada vez más arriesgada si quiere arañar cacho mediático.

Mientras España se acostumbra al rifirrafe de los pactos, que en otros países lleva ya décadas de tradición (ya se sabe, toca aprender a llevar el zapato izquierdo en el pie derecho sin que salga rozadura) conmociona la caída de otrora autoproclamadas altas torres de integridad y honestidad. ¿En qué creer, entonces?

Si sorprende que un rico por su casa y por sus méritos como Rato, todopoderoso gobernante con las prebendas asociadas y el donaire que da el saberse rumboso económicamente por origen, arañe sin dejar desperdicio en cada cajón que encontró al paso; descompone que hurgaran por los mismos rincones quienes predicaban al mundo la lucha contra la desigualdad y el caciquismo. Visto lo visto, lo hacían en la equidistancia entre lo ejemplarizante y la soberbia.

Convengamos que los enriquecimientos corruptos son un porcentaje relativamente pequeño del paisanaje político-sindical, pero hagámoslo también en que casos tan alabados arrasan hoy en su despeñe confianza y crédito de la ciudadanía atónita.

Ahí está el caso del asturiano Villa. El viejo sindicalista. Cuántas peroratas interminables aguantamos en su infinito verbo de lucha obrera, para descubrir al fin el mismo afán de otros en doblar la viga con lo recaudado, aunque ahora ya no lo recuerde.

Mazazo el de Lula da Silva. En ambos casos, por cierto, aún por sentenciar por los jueces. El ex presidente brasileño entonó sin descanso y en todo foro posible el grito de los sin voz, alzó la suya contra la opresión y la desigualdad, se encaró con la injusticia hasta convertirse en un símbolo universal. Ahora se pasea por el fango de la duda del enriquecimiento ilícito y tramposo.

En el chirimiri implacable de las corruptelas caen también las altas torres de la supuesta decencia. Pudiera parecer que es poco lo incorruptible, pero no es cierto. Miren a su alrededor. Decenas de torres no tal altas se niegan a caer. Miles de anónimas cabezas que caminan muy altas.

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