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Publicado por
cuarto creciente carlos fidalgo
León

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La avenida de Portugal era una recta infinita. Sin aceras. Al Parque del Temple lo llamaban el Parque del Belga y era un recinto cerrado, propiedad del director de la Minero Siderúrgida de Ponferrada, Marcelo Jorissen, con tres entradas vigiladas, una mansión que después albergaría un conservatorio y hoy es sede de la policía, varias viviendas, piscina y pista de tenis.

El lugar donde ahora se levanta el Hotel del Temple era un descampado. No había glorieta donde hoy se erige, orgullosa, la estatua ecuestre de un caballero templario. El hollín cubría las márgenes de las vías y aún no se habían planteado construir edificios de ocho alturas. Faltaban muchos años para que edificaran el Instituto Europa o la residencia de ancianos. Tampoco había ninguna gasolinera de Cepsa. De hecho, apenas circulaban automóviles por las calles de la ciudad. La bicicleta y los carros de tracción animal eran dueños del asfalto, cuando lo había.

La vía del tren minero, desde la antigua estación de la MSP, también era una recta infinita. Los raíles se perdían en la lejanía, hacia Villablino. Una avenida de árboles separaba la estación, hoy convertida en museo ferroviario, de los edificios de oficinas y la zona residencial de la empresa que dirigía Jorissen, el Belga.

Y uno de sus apoderados, nacido en Almería, aficionado a la filatelia y la fotografía, Manuel García Granero, que después sería presidente de la Sociedad Deportiva Ponferradina, decidió subirse un día a la azotea de uno de los nuevos edificios del final de la avenida de España y retratar la ciudad con su cámara.

A Ponferrada todavía la llamaban la Ciudad del Dólar porque el wólfram, el carbón y las obras de Endesa traían mucho dinero. Y Flores del Sil empezaba a poblarse de inmigrantes andaluces.

Manuel García Granero tomó una imagen de la avenida de Portugal, se giró y retrató las vías, se dio la vuelta por completo y fotografió la avenida de España, que desembocaba en una plaza de Julio Lazúrtegui —el ingeniero que quiso crear una nueva Vizcaya en el Bierzo— donde todavía no habían derribado el Teatro Edesa ni sobresalía el edificio Uría.

Son tres instantes. Tres rectas eternas.Tres imágenes de lo que fuimos, a finales de los años cincuenta, atrapadas para siempre en un parpadeo.