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Publicado por
Jesús María Cantalapiedra ESCRITOR
León

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D e pronto, desapareció del lenguaje político la palabra casta. ¡Vaya usted a saber por qué! Ya nadie habla de casta para definir a un determinado estatus social o económico. Se puso de moda no hace demasiado tiempo, y desapareció por arte de birlibirloque. Magia pura.

Cierto es que quienes la utilizaban con profusión no anduvieron muy finos. Si se referían a la palabra casta en la India, resulta que existen cinco clases diferentes, según he leído en mis libros: Dalits o intocables, (parias, la clase más baja de la población, encargada de hacer los trabajos no citables por desagradables); brahmanes (maestros, sacerdotes y profesiones similares); Shudrás (obreros, campesinos esclavos); Vaishyas (artesanos), y, finalmente, la madre del cordero, es decir, los Chatrias (políticos en ejercicio, buenos, malos y mediopensionistas). Se deduce de todo ello que la frase que deberían haber expresado, correctamente sería: «España está llena de Chatrias…», para no confundir al elector. Dejo para ustedes el porqué de la desaparición del vocablo casta en ciertos ambientes políticos. En este país, casta tiene otras acepciones que nada tienen que ver con el pueblo hindú. Por ejemplo: «¡Qué casta tenía la vaquilla!», «De casta le viene al galgo» o «Ese es un tío casta», haciendo referencia al carácter de una persona; a su simpatía y claras habilidades que muchos admiran. Y a este punto quería llegar.

Hace unos cuantos años se inauguró en León el primer restaurante chino, hoy desaparecido. Constituyó una exótica novedad. Tanto, que era necesario hacer cola en la calle para comer sopa de aleta de tiburón, arroz frito con verduras, o el popular chop suey de carne, u otras viandas de origen desconocido para los no iniciados. Su propietario se llamaba y llama, Ho Wiao You, aunque yo le bauticé como Jimmy para facilitar las cosas. Fuimos buenos amigos, hasta el punto que fui su testigo de boda y del nacimiento de su primera hija; se llevó un disgusto pues, como todos los chinos, hubiera preferido un varón. A la neonata le puse el nombre de María (Malía en chino). Naturalmente, Jimmy asistió como invitado a mi casamiento junto con su esposa y Malía. Existe documento gráfico. Después, comenzaron a abrir numerosos restaurantes asiáticos, y un mal día se marchó. «Jesu, esto ponelse leno de amalillos» Y se fue a otro lugar sin tanto chino. En León se lamentó. Era un tipo casta.

Las anécdotas vividas con Jimmy fueron innumerables. Una, merece la pena. Era Viernes Santo y nevaba como antes lo hacía. El hombre estaba asombrado, tanto por los copos del tamaño de una nuez de algodón, como por lo que sus ojos rasgados veían al paso de la procesión. Inconsciente de mí, traté de explicarle metafísicamente el Misterio. Él, muy serio, atendía mis palabras con atención. Acabada mi explicación, me espetó circunspecto: «¡Ah, ya sabel. Sel Calnaval». No quise meterme en más honduras exegéticas y callé.

Ya al final del pío desfile, la Virgen Dolorosa cerraba la procesión. Delante de nosotros, dos mujerucas se arrodillaron a su paso mientras murmuraban alguna letanía. Él me miró con faz respetuosa y, retrasándose unos instantes, hizo lo propio: hincó las rodillas en la acera, justo al paso de unos rumanos que vendían globos brillantones que la ventisca movía airosos. Le levanté como pude, mientras Jimmy me preguntaba: «¿Pol qué tenel plisa? Sel plecioso» ¡Casta! Intenté explicárselo, pero no me entendió.

Después de muchos años logré localizarle. Sigue siendo un casta.

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