Cerrar
Publicado por
AL DÍA manuel alcántara
León

Creado:

Actualizado:

L os partidos políticos no se hablan. Cada uno está disgustado con los demás y todos tienen razón, más allá de lo que sería razonable. Pedro Sánchez, que no acaba de aceptar su destino político, se niega a hablar con Pablo Iglesias, que está buscando el suyo, donde puede haber más que palabras.

Aunque la conversación sea una de las bellas artes, hay mucho trecho desde Platón hasta los neoestalinistas y cada uno entiende el diálogo a su manera, que consiste en enmudecer al interlocutor.

Ha incurrido en esa fea costumbre el multiderrotado líder socialista Pedro Sánchez, que se niega a hablar con el podemista Pablo Iglesias por vetar a Ciudadanos.

Si no rompe con Rivera no habrá banquete porque faltarán camareros, que si bien se mira son los únicos imprescindibles para que los ávidos comensales no se tiren los platos a la cabeza.

Sólo Rajoy, el multidisplicente ‘maitre’, decide reunirse con sus equívocos invitados. Quizá algún día le hagan justicia a este hombre desprovisto de encanto personal que se está viendo obligado a ser encantador de serpientes.

Ha titulado el pacto de fraude, pero es el único que accede a reunirse con los estafadores mientras la dimisión del número tres de Madrid abre otra crisis en Podemos y el interventor de la Junta de la pobre Andalucía advierte de nuevos descalabros en el fraude de la formación. La charca está alborotada y habría que salvar a las ranas inocentes.

El rey le ha dado tiempo al tiempo y ha dicho que no hará nueva ronda de consultas con los partidos. Es una forma de decir: «Entiéndanse ustedes, que muchos locos hacen miles y una cosa es ser rey o otra dirigir un psiquiátrico hereditario».

Sólo faltan algunos cascabeles al gorro de la libertad para que se confunda con el gorro de la locura, eso se ha dicho siempre, pero nuestro Gracián, que se pasó de sensato, decía que están locos la mitad de los que lo parecen y la mitad de los que lo ocultan.

Para distinguirlos hay que reducir a los que no quieren dirigirse la palabra. Se le nota porque no tiene nada que decir.