TRIBUNA
¡Corruptos, a devolver…!
A ún resuenan en mis oídos los ecos existencialistas y dolorosos —tras la angina de pecho—, del señor Hontanar, protagonista de La muralla , aquella obra de teatro de J. Calvo Sotelo, estrenada en Madrid en 1954, y que superó las 5.000 representaciones. Algo tenebrosa, pero realista, en la que con energía, si no inquisidora, sí al menos conservadora, pero valiente y clara, el propio militar usurpador, bien avisado por las palabras del confesor, se condenaba a devolver a su legítimo dueño la finca robada con malas artes tras la Guerra Civil, —como condición sine que non, para ser perdonado—, y que ahora, era el cómodo sustento y bienestar de toda la familia.
De acuerdo al principio, doloroso, aunque justo y saludable, de devolver lo robado, sabiendo que no basta el arrepentimiento, y que es necesaria la devolución para que el pecado, la falta, el delito quede condonado, la conciencia de Hontanar entra en pugna con la buena vida que se dan sus hijos y los principios éticos, morales o religiosos que sustentan una fe tímida y convencional en ese momento agónico de su vida.
No estaría del todo mal que tantos estafadores, que se han enriquecido con malas mañas, sintieran en la conciencia el resquemor ardiente de la pérdida de la marca de calidad distintiva, entre el bien y el mal, e iniciaran una sincera catarsis que posiblemente no sólo les llevara a la cárcel, que es donde deben estar, sino al arrepentimiento sincero que les obligue a devolver todo lo robado, dejando a los hijos —si necesario fuere—, desplumados, pero edificados por un comportamiento ético-moral, digno de un padre y de un educador.
Sé que a muchos se les puede escapar una sonrisa burlona leyendo mi párrafo anterior —¡ahora me vienen a mí con esos trasnochados cuentos de curas y beatas—, y hasta se atrevan a llamarme ingenuo, por invocar valores éticos, morales, religiosos, hoy en desvalor, pero a mi entender origen actual del único principio que rige la vida de algunos que creen que en el momento en que el cajón está abierto, de tontos es desaprovechar la oportunidad, que se les antoja impune, para dejarlo vacío. Hoy hay muchos Hontanar en nuestra sociedad. Estos ladrones de guante blanco, que no temen a Dios, ni respetan a los hombres, deberán temer al menos a la justicia para que les apriete la devolución de todo lo robado. Hasta el último céntimo.
Vergüenza van a sentir hijos y nietos que tarde o temprano vengan a descubrir que sus parientes eran unos vulgares y rancios chorizos. ¡En el pasado, esta era la triste condición de las familias honestas: tener padres, hermanos, abuelos, tíos… inescrupulosos amigos de lo ajeno! ¿Es hoy acaso un orgullo que algunos puedan presumir del goce de grandes fortunas, espaciosas mansiones, largos y costosos viajes de placer, tarjetas de crédito, fruto del robo-saqueo más impune y descarado? ¡No puede ser que, con la que está cayendo para tantas familias humildes, tan bajo algunos hayan llegado! Por tanto, al título de mi artículo me remito…