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león en verso luis urdiales
León

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I ntrigan los políticos que llegan con una caricatura bajo el brazo, para que Juárez no tenga que devanarse la sesera al buscar el resquicio por el que meter la daga y retratar en tres dimensiones en ese microondas de las viñetas, que capta imágenes de las entrañas tan bien como el servicio de radiología. Aquí el político y aquí el personaje, que conste en acta. De los alcaldes, lo primero que se veía era la risa, un rato antes de que llegaran por el pasillo que da acceso a la tronera de la séptima, igual que Martín Villa anunciaba su presencia por las gafas de pasta con las que vio como dios las trazas del mapa autonómico, según le dictaron Peces Barba y otros padres putativos que dejaron el recado; y ahí quedó, con deuda y todo. Hay gafas que no merecen ni homenajes póstumos, ni por la semejanza a las que arrasaban yugulares en aquella sublime escena del Padrino. En política es bueno saber de la fina capa de aire que media entre la postura y la impostura, tenerla en cuenta para evitar frustraciones propias de votante pánfilo; ves a concejales salir del párking de San Marcelo camino a la toma de posesión con disfraz de invitados de boda y resulta que las dos tallas de sobra del traje a medida ocultaban lamparones de fritura, agarrados al cachemir de la camisa cual caras de Bélmez. La ruta turística del pollo, desde la muralla de San Francisco a la rotonda que lleva al prostíbulo de Puente Castro con paso incluido por el centro histórico y monumental, se puede seguir por un rastro de parodias sobre lo que podía ser y no fue el respeto al contribuyente. Ahora está claro que la ciudad no ha evolucionado nada desde la primera vez que hoyamos en el entorno de las Cercas; subsisten y se relevan los políticos que no pueden ser más listos por más tontos que simulen parecer. Sólo un artista, con alma de artista y pinta de comerciante de telas de oriente próximo, comparece como impío por ciscarse en el sistema de licencias y recaudación municipal y remata con una espicha sobre las bondades de la comida rápida y sus derivaciones financieras a caladero de empleo precario en la ciudad. Otro que se va de rositas, masculla el hostelero que este año las vuelve a pasar putas para pagar la renta del local con lo que saca a diente detrás de la barra.

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