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Publicado por
río arriba Miguel Paz Cabanas
León

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E l viajero que ha recorrido buena parte de la provincia y que deja a su espalda la Catedral, puede que encuentre un broche inesperado a sus andanzas embelesadas por León: a un centenar de metros, doblando la esquina de la calle San Lorenzo, se topará providencialmente con el bar Belmondo. Si es a media mañana, le esperarán los aromas de un buen vermú o de un buen café (con un bizcocho casero irrepetible) y si se deja caer a horas más vespertinas, un cóctel «shaken, not stirred» como Dios manda o James Bond exige.

Sobre cine, precisamente, podrá conversar nuestro viajero con su propietario, Yago Ferreiro, en la confianza de que sus dudas se resolverán sin necesidad de bucear en google: hasta las más raras y exquisitas, aquellas que se asocian a películas que solo conocen cuatro chiflados. Eso no impide que algunos clientes le neguemos a Yago que, aunque solo sea por edad, descubriese antes que nosotros la belleza turbadora de Angie Dickinson, Lee Remick o Monica Vitti, asunto éste que puede convertirse en un tenso motivo de discusión. La memoria universal de estas actrices conseguirá, finalmente, que se suavicen las posturas.

El viajero descubrirá, de paso, que Yago Ferreiro es un poeta irónico y cordial que filtra sin miramientos a sus clientes. No es que eche mano de un winchester 73, pero no vacilará en alzar una ceja reprobatoria si el hipster de turno pide botánicas excéntricas para su gin tonic, o si un melómano reprimido cuestiona la música seductora y fronteriza del Belmondo: alguien que no aprecie los temas más oscuros de Nick Cave, es posible que sea invitado a marcharse cortésmente del bar.

A cambio, el viajero que permanece tranquilamente sentado en su silla, que va ya por su segunda copa y que ve cómo la oscuridad se apropia de la calle, podrá ser testigo de alguno de los eventos más sugerentes de nuestra ciudad: pequeñas joyas semiclandestinas donde adquirirán protagonismo rapsodas urbanos y cantautores venidos del otro extremo del mundo. Y entonces, a esa hora donde la ciudad se desentumece como un animal que conserva parte de su espíritu salvaje, ligeramente ebrio y dichoso, el viajero accidental se dará cuenta de que mereció la pena conocer ese sitio, dejándose cautivar, rodeado de francotiradores que solo tenían como munición el pretexto esquivo de la belleza.

Puede que el viajero lea estas palabras días después, montado en un tren musculoso y veloz, y que al dejarlo en la bandeja se pregunte si el artículo conseguirá despertar la curiosidad de otros viajeros, o tal vez todo lo contrario. Seguramente a Yago Ferreiro, mientras habla con un cliente sobre Godard, no le quite el sueño: eso es lo que hace del Belmondo un lugar tan especial.