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LA LIEBRE ÁLVARO CABALLERO
León

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Nos quitan una hora en mitad de la noche justo cuando tenemos la ciudad con las costuras reventadas. La primavera nos atraca ahora que las calles nos engañan con mareas de ciudadanos que causan retenciones en los semáforos, se atollan en los escaparates de la Ancha y provocan doble filas de espera en las barras de los bares a la hora del vino, mientras atoran a los camareros con dudas metafísicas sobre si la limonada tiene alcohol y las tapas se pagan. El turismo nos invade por obligación agarrados como estamos al tercer mandamiento, que es el que nos queda, después de asistir al expolio paulatino de todo lo que nos identificaba: la agricultura y la ganadería que se restringen a ser nichos de supervivencia ante el acoso de la UE para lograr el abandono de cupos y el desamparo del Gobierno, como sucede en estos momentos con la leche, la minería que se derrama en un valle de lágrimas, la industria que nunca acabó de llegar... Un rosario que bien se podría cerrar con el sermón en el que se afiancen como bienaventurados los que confían en el sector terciario como motor principal de desarrollo porque ellos, junto con los funcionarios, verán cómo se termina de despoblar esta provincia para convertirla en un parque temático del folclore.

El mandamiento de santificar las fiestas nos encuentra en pleno debate sobre el modelo de turismo que se quiere fomentar, acuciado por las hordas de visitantes en autobús de ida y vuelta la misma noche con botella de alcohol incluida en el billete y ofertas de dos por uno en las copas. Un foco con negocio para cuatro, casi todos de fuera, y hambre para el resto, como sucede con las despedidas de soltero, que terminarán por ser desterradas o convertidas en elemento de disuasión para los potenciales turistas. Un enredo en el que se pervierte la genialidad de la propuesta originaria del Entierro de Genarín, convertido en una bacanal sin sentido en la que la mayoría ignora la carga de sarcasmo del homenaje al pellejero borrachín y putero con la que se desafió a la moral de una sociedad que quizá no esté tan lejos. La misma sociedad que se atomizó en partos de cofradías porque no todos los aspirantes con ínfulas y dinero podían ser abades en las que había. Perdona a tu pueblo, Señor.