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Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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E n cualquier país culto y consecuente de Europa, la vía férrea que transcurre entre Laciana y Cubillos estaría recuperada y recorrida por un evocador tren de época. Para interés de todos y para la memoria de la minería del oeste leonés, que tanta riqueza produjo, que convocó a muchos miles de trabajadores y que fue escenario de alegría y tristeza, de dinero y dolor, de vida y de muerte.

Esta provincia nuestra no se puede explicar sin su vertiente minera, que ya los romanos elevaron al máximo nivel técnico del mundo de entonces, el mundo antiguo de Bérgidum y Las Médulas, de La Cabrera, Somoza y el Teleno. Minería en la entraña de León, que 1.600 años después tuvo su continuidad en las explotaciones de antracita y hulla que recorrían casi toda la vertiente sur de la cordillera cantábrica. Geografía en la que el Bierzo y Laciana producían millones y millones de toneladas que entraban día tras día, casi hora tras hora, en la desaparecida estación de Ponferrada, hoy museo del Ferrocarril. O que viajaba en broncos y resistentes camiones desde Fabero y Lillo del Bierzo. O que iban a dar a los cargaderos de la Renfe de Bembibre, Torre o Brañuelas. Mineral que también era oro, por su valor, y que nutría centrales térmicas, factorías y hogares de muchas regiones de España.

Ese mundo está liquidado. Aunque todavía dé algunas boqueadas, y aunque haya quien sostenga que el carbón tiene futuro, pese a sus nefastos efectos contaminantes. Pero tenga o no tenga porvenir, lo que sí ha de tener en todo caso es memoria. Respeto y reconocimiento para un mundo bravo, hermoso, lleno de valores humanos y también de conflictos. Un mundo fronterizo, rodeado de bosques y nieve, fecundado por el heroísmo de los mineros. Todo eso nunca debe ser olvidado, y, además, debe ser honrado. Y, también, convertido en una legítima fuente de riqueza turística.

Y con el tren, el patrimonio industrial minero. Que debe ser rescatado de su lamentable situación actual, salvo algunas excepciones muy dignas. Si ya la mina se muere, si ya las villas mineras se vacían de gentes, si ese mundo raigal leonés se queda exhausto y solo, lo que no podemos aceptar es que los testimonios más imponentes de aquel fragor de mineral y verdad se derrumben, como amenazan. Está claro que sería muy costoso abordar la tarea, pero ni los ciudadanos ni las administraciones deberían eludir el rescate de algunas de las grandes construcciones fabriles que todavía resisten, envueltas en extrañeza y olvido, en los viejos cotos mineros. Como el cargadero de Santa Cruz del Sil; o como algunas otras estructuras que quedan por Laciana, Fabero o en los valles mineros del norte central y oriental. Esas instalaciones deberían salvarse porque también son cultura, son tiempo, son nosotros. Son templos fabriles que, desde su silencio, nos están llamando.