Diario de León
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CUARTO CRECIENTE CARLOS FIDALGO
León

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A bro al azar una página de El año del wólfram , la novela de Raúl Guerra Garrido: «Íbamos a Zamora con una tonelada de wólfram en la caja del Ford, yo llevaba una guía falsa en la cartera y por si había problemas administrativos con los de tráfico un fajo de verdes y otro de marrones, a distribuir según la complejidad del problema y el carácter de los motoristas».

Habla de billetes, claro, y de mineral de contrabando. Y me imagino a los protagonistas del relato atravesando Ponferrada de noche. Aquella ciudad, quizá más bulliciosa que hoy, seguro que más peligrosa, y donde ya crecía, como un dolor de cabeza, la montaña de carbón.

Leo, otra vez, el comienzo de El puente de hierro , la novela donde César Gavela también habla de la Ciudad del Dólar: «Un jardín de antracita: las flores de ceniza, los setos de escoria...».

Reviso un viejo artículo de periódico. Se titula «La montaña indeseable», está escrito a mediados de los años ochenta y habla, claro, de aquella escombrera que alcanzó los ochenta metros de altura, los diez millones de metros cúbicos de escoria de carbón. La corresponsal de aquel diario de Madrid culpaba a la «impresionante mole de vertidos minerales» de los casos de «bronquitis, tuberculosis pulmonar y asma», enfermedades en aumento en la ciudad.

Observo una vieja foto de principios de los años sesenta. Es una imagen panorámica tomada desde la montaña de carbón, la montaña que nadie quiso. Se aprecia con facilidad el Camino Negro, hoy avenida de la Libertad, que conducía a la escombrera rodeada de un bosque de eucaliptos que ya no existe. Me cuentan que allí jugaban los niños.

Escarbo en mis propios recuerdos. La ciudad que conocí hace veinte años. Los días de viento, la presencia de la montaña era inevitable, aunque no la tuvieras a la vista. Y pienso en la explanada que ha dejado, recinto ferial la llaman, y en el fallido proyecto del Parque de la Juventud, tan ambicioso, que la iba a llenar de árboles y equipamientos públicos. Imagino al viento barriendo el espacio vacío. Y me doy cuenta de que el día en que perdió la montaña negra, aunque fuera una escombrera indeseable, a Ponferrada le arrancaron una muela y no le han puesto ninguna pieza de repuesto.

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