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EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ PROFESOR DE ESPAÑOL, KANSAS CITY (USA)
León

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L a venida de un obispo siempre es esperada con cierta emoción, curiosidad, no sólo por los católicos, sino en general por todos los que viven en el territorio diocesano. Él visita todos los pueblos, acude a muchos eventos sociales, se hace presente en diversas y concurridas festividades populares, tiene una palabra fiable que decir a los creyentes, es el encargado de enviar mensajes de cercanía, amor y solidaridad a quienes, buenamente, estén dispuestos a escucharlos.

El obispo, como padre de la comunidad creyente, debe trasmitir la fe del ejemplo y la vivencia cotidiana del amor sincero, el perdón, la compasión, la llamada cordial a todo el rebaño, por lejanos que algunos se encuentren, porque su misión última es crear comunidad, igualdad, fraternidad en la diócesis. Por tanto, excusado es decir que entre los líderes de ese territorio, debería figurar su persona, por su talante dialogante, respetuoso y solidario, ejemplar y sencillo a la vez, como demandan los signos de los tiempos.

Desde sus primeras palabras de bienvenida, don Juan Antonio —como parece que le gusta que le llamen—, lanzó un mensaje de esperanza, no sólo sin exclusión, sino con inclusión específica, invitando a acercarse a los «más alejados», y comprometiéndose a llegar hasta ellos y caminar con ellos. No pienso que aquéllas fueron palabras vacías, sino invitaciones sinceras de puertas y corazones abiertos al posible retorno.

Días pasados, haciendo gala de generosidad divina, abrió a los diocesanos las puertas de algunas iglesias para acoger a todos los hijos pródigos que deseen plenamente incorporarse al redil. El Año de la Misericordia, no puede quedar relegado solamente a los confesonarios, al perdón interior del arrepentido —que por cierto, Dios siempre concede—, sino que la misericordia divina tiene que expresarse con gestos de veracidad, apertura, generosidad a todos los hermanos. Son gestos divinos que abrazan a todos los creyentes (seglares y clérigos), porque también el mundo clerical tiene necesidad urgente de mostrarlos.

Me alegró días pasados escuchar las magnánimas palabras de don Juan Antonio, abriendo sus brazos a un hermano, Lucio Ángel, brindándole acogida en la diócesis. Creo que es un gesto que le enaltece, le honra, como hombre magnánimo, comprensivo, perdonador, y que a la postre, causa respeto y admiración en los creyentes. ¡Cuánto nos alegraría que don Juan Antonio imitara los gestos del súper magnánimo hombre de bien que es el papa Francisco! Estos son los hombres que hoy necesita la humanidad entera, la iglesia, cada uno de nuestros pueblos, para dulcificar y enmendar errores pasados y aminorar sufrimientos presentes.

Yo le pido más gestos a don Juan Antonio y a los suyos. En mayo pasado, se publicó un libro sobre la Virgen de la Peña, de Congosto. Los autores enviaron, julio de 2015, una breve reseña a la publicación diocesana Día 7. En esencia, decía: «Cuando a punto de cumplirse sesenta años de la publicación del libro, La Virgen de la Peña, imprenta Cornejo, Astorga, 1957, patrocinado por la familia Honignann, y escrito por don Augusto Quintana Prieto, acaba de ver la luz otro libro sobre la Peña. La Peña en el corazón del Bierzo , voluminoso —novela incluida, fotos, documentos, efemérides—, que quiere ser también un tributo documentado a la Peña y al Bierzo…» Respuesta, el silencio. Con nuevos mensajes por Internet —tres más—, la súplica recibió la callada por respuesta.

Tras dos nuevos mensajes a la directora del medio, ésta se dignó contestar en el mes de agosto, prometiendo que la reseña sería publicada. Al día de la fecha —con asiduo esmero semanal sigo Día 7 —, la reseña sigue sin aparecer. No paso por alto que soy una oveja negra que se fue del redil, y que el libro es una historia de la Peña sin orejeras, pero en la que nadie se siente excluido. Dice lo que nunca se había dicho, y no porque no fuera verdad, sino porque siempre hubo de callarse. Antes de publicarlo lo leyeron personas de mente abierta, devotas, y otras que por años esperaron leerlo.

Don Juan Antonio, apuesto a que sus diocesanos quieren ver en usted la mano derecha —materna, suave, tierna, consoladora, confortadora del padre en el cuadro de Rembrandt—, recibiendo, acogiendo y abrazando a todos los hijos pródigos, a la par que la mano velluda, varonil, profética, para expulsar del templo diocesano a camuflados vendedores y traficantes. Tomando sus mismas palabras, le recuerdo que «ahora es tiempo de caminar… con vosotros y por vuestros caminos, y salir a las encrucijadas para anunciar la alegría…» de los gestos. Gestos de honestidad, valentía, libertad y rectitud, que hoy pedimos a los ‘mass media’, porque en sus propias palabras, «los medios de comunicación veraces son imprescindibles para la salud democrática y la convivencia pacífica de la sociedad». (Diario de León, 15/2/2016)

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