Diario de León
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CUARTO CRECIENTE CARLOS FIDALGO
León

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T res quinceañeras de Ponferrada que tocaban en un grupo de rock y su baterista de veinticinco años se subieron a un avión en la primavera de 1999, volaron sobre el Océano Atlántico y se plantaron en Nueva York.

Allí les esperaba el director de cine Spike Lee. Los edificios de la Gran Manzana, las calles ruidosas, el tráfico. La sombra de los rascacielos. Elegidos como imagen de marca por una multinacional norteamericana del refresco, que por entonces promocionaba a los nuevos talentos de la música, estuvieron a las órdenes del cineasta desde las cuatro de la mañana hasta las siete de la tarde y rodaron un anuncio publicitario de cuarenta y cinco segundos.

Cuarenta y cinco segundos no es nada, pensará alguno. Pero a Deviot, así se llamaba el cuarteto de Ponferrada, les bastó. Habían firmado un contrato con una discográfica y aquel verano se lo pasarían en la carretera, en la gira de la marca del refresco que recorrió toda España. En septiembre grabarían su primer álbum, muy celebrado, y durante muchos meses la canción pegadiza del anuncio se oyó en todas partes, aunque ellas, y él, insistieron en que Wait here no era la mejor del disco, ni mucho menos.

En Nueva York, aquella primavera de 1999, una limusina les esperaba en el aeropuerto para llevarles al hotel, con vistas al Empire State Building. Problemas con el vestuario, que no eligieron, sesiones de maquillaje y peluquería, y una jornada agotadora de trabajo, donde hubo que repetir varias tomas hasta que el director se dio por satisfecho, los tuvieron ocupados durante todo el día.

Después cayó la noche. Deviot volvió a casa. Tuvieron éxito. Aparecieron en una película, El corazón del guerrero , ópera prima de Daniel Monzón. Y desaparecieron, como otras bandas bercianas de éxito temprano y vida efímera; Guedeon Della y Juniper Moon, por ejemplo.

«Esto es ruido», era la frase que repetía la cantante en aquel anuncio, mientras tiraba de un vecino protestón por todo Nueva York y le mostraba los sonidos de la calle para que los diferenciara de la música. «Esto es ruido», decía Rebeca, mientras señalaba a lo alto de las Torres Gemelas. Y las alas y el estruendo de un avión de pasajeros irrumpían en el plano.

Como una premonición.

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