Diario de León
Publicado por
NUBES Y CLAROS MARÍA J. MUÑIZ
León

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E s peligroso tratar de asuntos sensibles como quien hace la previsión del tiempo con la combinación empírica de datos que obtiene sacando la mano por la ventana y analizando la intensidad de la punzada en el juanete. Con el terrible caso de la niña abandonada en Valencia de Don Juan enseguida se publicó el interés de muchos por hacerse cargo de la pequeña. Como si la adopción o el acogimiento se resolvieran con el efecto reclamo; o como si no hubiera centenares de parejas esperando años, fuera del circo mediático, a que llegue por fin el pequeño que anhelan.

Confío en que la Junta haya redirigido todo ese lógico caudal de sentimientos hacia los también centenares de niños que esperan, en la otra orilla del drama, una familia que les acoja. Y que sea capaz de aguantar en algunos casos las consecuencias de su pasado, en otros con la carga de sus enfermedades, en demasiadas ocasiones la terrible evidencia de que a medida que se crece disminuyen las posibilidades de ser deseado. Acoger no es fácil, la demanda de bebés es muy superior a los candidatos que sólo quieren pequeños de meses; y las burocracias transitan muy lejos de lo que los adoptantes esperan encontrar en estos casos.

Porque al final son miles los presuntos padres y madres a los que un sistema plagado de hipocresía, doble moral en los trámites y muchas veces falta de sensibilidad, invita a resignarse, y abandonar a un lado del posible engranaje familiar a quienes desean dar amor y futuro, y al otro a quienes lo reclaman. Sin posibilidad de encontrarse realmente en la práctica.

Ello a pesar del evidente esfuerzo de los mediadores oficiales. Todas las cautelas son lógicas. Todas las advertencias necesarias. Aunque quizá nunca suficientes, porque fuera de un sistema nacional que se estrella contra la imposibilidad de conjugar las ansias de acogimiento con la palmaria realidad de los candidatos a acogidos, el escenario internacional es sobrecogedor. En no pocos casos es, sobre todo, sobre-cogedor. Y ni con dinero se garantiza que miles de mayores con deseos de amar se encuentren con miles de pequeños necesitados de amor, sin que el proceso se aborte en las trampas del sucio negocio de comerciar con anhelos.

Hablamos de vidas. De los niños. De los que desean velar por los niños. De quienes sufren por abandonar niños. No caben ni sensiblerías ni fariseísmos.

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