Todos los récords de irresponsabilidad
P ues ya en la recta final de la carrera sin repetición de elecciones, los partidos han batido todos los récords de inutilidad, irresponsabilidad y tomadura de pelo a los pacientes, o ya impacientes, ciudadanos. Los partidos echan todos las culpas a los demás y sitúan al pobre país al borde de la dimisión de su teórico deber de ir a votar y al borde de la pérdida total de respeto a una clase política que les demuestra su falta de merecimientos para tal respeto. Sin una milagrosa rectificación de última hora, vamos a asistir a un sacrificio en el altar humeante de una ciudadanía que no entiende nada, salvo su seguridad de no tener por el momento razones para distinguir entre los cuatro culpables el posible reparto de responsabilidades. Nadie puede entender de verdad el inmovilismo de Rajoy y el PP, el ilusionismo de Sánchez y el PSOE, el malabarismo de Iglesias y Podemos o el atolondramiento de Rivera y Ciudadanos.
Lástima que el más sensato, Alberto Garzón, carezca de la mínima fuerza posible para mover el tablero. Además, a los observadores nos están volviendo locos y ya vemos cómo a algunos de ellos les están colocando al borde de un ataque de nervios. Nunca, nunca, había ocurrido nada semejante en la historia de esta tan maltratada democracia hispana. Y los responsables son todos ellos, incluidos los que llegaban para regenerar la democracia, para escarnio de nuestras esperanzas.
Ni siquiera parecen sensibles al terrible riesgo en que colocan al país y a su sistema democrático, pese a que somos muchos los que lo hemos explicado por activa y por pasiva. Ese riesgo, ya casi realidad, es dejar al país indefenso cuando más necesitado está de armas defensivas frente a las canallescas agresiones que está sufriendo. No pasa ni un solo día sin que en España aparezcan motivos de gravísima preocupación, casi siempre concretados en la acumulación de nuevas informaciones o constataciones de una corrupción infinita, actual y pasada. Y aquí, sin instrumentos útiles para combatirla, por la parálisis generada por la ingobernabilidad en que nos han sumergido. Tampoco pasa ni un día sin acumular nuevos motivos de miedo, convertible en pánico, por el efecto dominó que esa ingobernabilidad pueda implantar en el clima de confianza política, económica y social, dicho sea con el riesgo de que los listos me acusen de alarmista sin fundamento. Pero es que, con alarmismo o sin él, lo cierto es que los responsables de esta situación no parecen conscientes de esos riesgos y, si es que son conscientes, lo están disimulando de manera incomprensible e inaudita, lo cual todavía sería peor. Ya sé que las culpas no son iguales para todos, no quiero ser arbitrario. Pero lo que sí digo es que todos son los obligados a reaccionar, y ya.