Diario de León
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flores del mal gonzalo ugidos
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L lega el día del cuarto centenario de la muerte de Cervantes, también de Shakespeare. De uno de los Sonetos del inglés son estos versos proféticos: «Ni el fuego atroz ni Marte con su espada impedirán que viva tu memoria». Efectivamente, cuatro siglos después, Shakespeare vive. El pasado 5 de enero el primer ministro británico Cameron publicaba un artículo a escala planetaria para anunciar que su gobierno tiraría la casa por la ventana para celebrar la extraordinaria y persistente influencia del coloso. El programa del Reino Unido para conmemorar el cuarto centenario del genio abarca una ofensiva internacional con acciones en 140 países bajo el lema Shakespeare lives.

Menos suerte ha tenido Miguel de Cervantes, quedan ocho días para el cuarto centenario del autor del Quijote y vista la mostrenca indiferencia del Estado, se le va a tratar como a un paria. Como todos los años, el día 23 volverán los oscuros figurones a leer con inexpresividad sinsorga un fragmento del Quijote. «Chorrada institucionalizada» llama Javier Marías a ese ritual. En este estado cataléptico en que está postrado nuestro país, se pasa de Cervantes porque el Gobierno no se sabe muy bien si está en funciones, de vacaciones o bisbiseando oraciones.

Con incuria y sin gloria enterraron al Príncipe de las Letras, que fue muy agraviado en vida; después de muerto está siendo ninguneado, que es la manera desbastada de actualizar aquel ibérico y racial rebuzno atribuido a Millán Astray: «Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola». A falta de limpieza política y moral, y de un clima propicio para que florezcan las artes y las ciencias, ni hay hueco para el talento ni sensibilidad para que los pigmeos conmemoren a los gigantes. Aquí nadie se acuerda de nada, somos el país más desmemoriado de Occidente, y el más ingrato. Aquí la inmortalidad es un exotismo y nuestros mejores muertos, carne de olvido. No cotizan en Bolsa.

Shakespeare está vivo en el mundo entero, «ni el mármol ni los regios monumentos son más indestructibles» que sus rimas. También lo está Cervantes, desde luego, pero por el tamaño de su genio y no por el cuidado de sus compatriotas. Que a Alonso Quijano no le importara una higa su gloria, le honra; que al Estado español no le importe la de Cervantes lo deja a la altura del barro. Pese a esta pandilla de politicones de chicha y nabo, en una de las páginas más imborrables del Libro de los Muertos está para la eternidad el nombre de aquel español que en vida tuvo el infortunio de ser un infeliz, y ya muerto la de ser español. Que viva Shakespeare y se estremezcan los huesos de Cervantes. Ni la indiferencia atroz ni Rajoy con su plasma impedirán que viva su memoria.

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