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LEÓN EN VERSO. LUIS URDIALES
León

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Los matinales de la radio ya tienen avanzada la idea de incluir una información actualizada a diario sobre el estado de los baches, que se añaden a la tortura cotidiana que se echa sobre los pies de los leoneses; bache es una denominación genérica, casi convencional, de la incidencia que asola el principio de la movilidad, que ni por asomo se corresponde con la presión fiscal y el aliento de los impuestos. Uno de los males del siglo veintiuno para la gente leonesa es que depende de una gestión al borde del tercer mundo cimentada sobre un concepto de contribución a la altura de Oslo; la medida de avance se toma entre los vecinos de ayuntamientos que gastan más presupuesto anual en carpas para convocar a degustaciones de chorizo entrecallado y otro tipo de saraos que a urbanizar calles; por esa línea alterna discurre la vida de los leoneses, condenados a sortear grietas, que no baches, cráteres, si están dispuestos a buscarse el pan. Se elige una carretera al azar y se miden los tacatás de los ejes del auto, rampa arriba, pendiente abajo, y vuelta, todo sin abandonar el mismo punto milimétrico y se puede acertar con precisión de reloj suizo el tiempo que hace que papá estado no deja ni una receta para paliar siquiera la precariedad del entorno. El concurso de belleza para la peor carretera de León está más reñido que nunca; no se devane la cabeza el usuario, que no son los amortiguadores; ni es el eje ni es el buje. Es la indolencia, la sensación de abandono que se apodera de todos los órdenes de la vida; asalta igual en la cuaresma hasta llegar al médico de cabecera que en la inversión en tiritas de costura en las hendiduras que le salen al asfalto. En los cursos acelerados para renovar el carné de manipulador de fondos públicos, con las prisas por el adviento del nuevo leninismo que se va a echar encima a poco que dé otra vuelta de tuerca La Sexta, se toman apuntes para reaccionar con disimulo, sin sonrojos; y cuentan el resquicio que le salió a la calle Juan de Badajoz; la demora se fue de las manos hasta que corrió el rumor de que aquel sar pullido era el vaciado del terreno para asentar la estación del Ave o las cocheras de la Feve. Sólo entonces taparon la raja, que ya era un balconada a la M-30 que llevó a Julio Verne a soñar con el núcleo del planeta. Fosos para revisar los bajos del coche. Baches y oracos de León.

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