Leoneses
G uía para forasteros que van a llevar el bullicio a la plaza del Legio fuera del horario de salida y cambio de clase de la pubertad y la chavalería; este es territorio en el que sobran cabezas dispuestas a quedarse ciegas por ver tuerto al vecino. Es condición heroica y entrenamiento espartano lanzar a los neonatos contra las peñas; así, todo el que sigue es superviviente, entrenado a edad temprana para la eterna diáspora que emprende la emigración en busca del sustento que aquí se niega. Los leoneses tienen fama de dóciles, inmerecida, más allá del tono gregario que les contagian sus políticos, excepciones mundiales capaces de dejarse el alma por defender el desarrollo de otros territorios al sur y por poco más de tres mil euros al mes hacer propaganda para que se consuman cartones de leche de una empresa francesa mientras callan como putas cuando esa misma marca deja en la estacada a los ganaderos de León que la producen. A poco que se observe, se ve la costra en la paciencia que se heredó del banco genético de los astures, un pueblo que resistió durante siglos el asedio romano, hasta que entregó Lancia, y se dejó engatusar por los canales de riego de Plinio el Viejo y otros avances de obra civil que aportaron ingenieros de caminos que traían en la punta de lanza colonial los hijos de Rémulo a esta tierra; aún se ven en algunos trazos anclados en el tiempo. El hartazgo viene de lejos, así que no se tomen con euforia las muestras exageradas de mansedumbre que opongan a la doctrina oficial; a veces es por hastío, y por vida práctica. No olviden que el leonés no fue nunca a una guerra que no estuviera seguro de ganar. Almanzor podría aportar más detalles sobre esta teoría sociológica hilvanada por referencias de los libros de historia; la veraz, no la que inventan los partidos republicanos, que para justificar el reparto del pastel territorial se agarran al clavo de un reino que no existió. Jamás. Disciplinados, porque no parece que haya lugar para la insubordinación entre ese clima que escupe hielo y vomita fuego, el vulgo asume con facilidad los mensajes. El leonés se sabe de memoria el repertorio; y el artista puede carraspear en el escenario para pasar el rato, que el concierto rueda solo. Miel sobre hojuelas en la boca del volcán. Forasteros, si creen entender León, es que no se lo explicaron bien.