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cuerpo a tierra antonio manilla
León

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A esta ciudad pasada por agua, a la que casi se le ha puesto cara de huevo cocido con estas lluvias de aguas templadas y primaverales, plantada entre la crecida de dos ríos, no le falta sed ni le sobran bares. Uno, que a causa de la crisis ha visto echar la trapa a más quioscos que cantinas, todavía anda algo mohíno por el cierre por jubilación de La Moral en el barrio de San Mamés, uno de los últimos locales que servía como tapa riñones, asadurilla y sangre, aquellos contundentes y exquisitos entremeses de nuestros abuelos. Ahora, en vez de unas mollejas, uno puede encontrarse con que, aunque esté nevando afuera, le ofrecen como condumio ese tipo de cebo para peces japonés que llaman sushi. Cosas de la globalización. Desde el adiós del Montecarlo, cuyas noches tripulaba sin astrolabio el gran Sebito, creo que en mi cuadrilla no se había vuelto a llevar luto por ningún bar.

Afortunadamente, León en lo único que no anda corto es en cafeterías de calidad. Más allá de las zonas de moda, como el Cid o el Húmedo, preparadas para asumir un turismo masivo, casi en cada barrio es posible encontrar refugios de tranquilidad y alegre convivencia. Es el caso, por ejemplo, del triángulo mágico de la Palomera, que no ha investigado el equipo de Iker Jiménez pero ahí está, con mucho más cuerpo que el fantasma del Palacio del Conde Luna. Los vértices de esa conjunción tabernaria son el bar El Galeón, con sus monólogos gratuitos en las noches de algunos viernes y sus ricas tapas de vieja escuela; el café Azaila 1930, exhibiendo la paradoja de una decoración friki en convivencia con una cocina de pinchos calientes realizados al instante; y, finalmente, el Chamberí, con su terraza en esquinilla, ventana a dos calles desde la cual ver pasar la vida universitaria y tomar el sol de las mañanas que dora el oro de su amplia carta de cervezas. El dueño de este último, por cierto, gestiona también otra de las plazas privilegiadas desde las que practicar ese deporte social tan leonés de vivir el mundo desde la atalaya de la contemplación: el Coffee & Cia, en la planta baja de Espacio León.

Ahora que viene, por fin, un tiempo mejor, chamberilear, después de tantas y persistentes aguas, no es una obligación, pero sí una necesidad.