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el baile del ahorcado cristina fanjul
León

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H ace unos meses escuché una conversación en la que un escritor rehén de sus ínfulas se vanagloriaba de que a él la literatura le importaba ‘una mierda’. Venía a decir que su hiperactividad en el mundo de las letras respondía a un intento de estar en la pomada. Y ya se pueden imaginar lo que la pomada significa. Prebendas, por ejemplo, premios, por ejemplo, viajes, por ejemplo. Sin ir más lejos, el ‘proxeneta’ de la literatura aseguraba que merced al Instituto Cervantes se había sacudido el pelo de la dehesa.

Este escritor es un síntoma de lo que ha ocurrido en España. Porque aquí hemos pasado de la bulimia a la anorexia cultural. Ha habido grandes ministros. Jorge Semprún, por ejemplo, fue el intento español por emular la política cultural que Francia instauró con André Malraux. Sin embargo y, a pesar del dinero invertido, no se ha logrado proyectar la gran herencia hispana, ni hacia dentro, popularizándola, ni hacia fuera, convirtiéndola en un arma de propaganda cultural a través de instituciones como el Cervantes.

Un escritor de León, Nacho Abad, decía el otro día en su muro que en el fondo es muy jodido que te den un premio. «No digo ganarlo. Digo que te lo den, así, a dedo. Es todo un oficio, un proyecto de vida. Algo para lo que hace falta un talento especial, una luz propia. Escribir un buen libro lo hace cualquiera». A Nacho no le han dado ningún premio, ni siquiera a dedo, y eso que sus novelas lo merecen, pero ya se sabe que, como dice Arrabal, en España le dan el Cervantes a Avellaneda. Y que conste que no estoy en contra de los premios. En muchos casos son la única manera que tienen muchos autores de acceder al mercado editorial. No hay más que fijarse en la defunción del González de Lama, un certamen que este año recupera Margarita Torres y que se declaró desierto y difunto en la edición en la que Leopoldo María Panero presentaba Rosa enferma , su último poemario.

Y es que, también con los premios perdemos el tren de la historia. Hace menos de un mes, los reyes honraban a Fernando del Paso con el Cervantes. Menos de cinco minutos de imágenes en los informativos. Nada. No hay nada y nada quedará. Ni siquiera somos capaces de explotar una potencia como el español. Lo mismo ocurre con la RAE el Instituto Cervantes o Acción Cultural Española. Todas las grandes instituciones creadas para defender y potenciar el arte, la literatura, el cine, en una palabra, la gran cultura del y en español tienen pies de barro. La pregunta es si lo que falta es un hombre o simplemente es el pueblo, que nunca ha estado.