Diario de León

Publicado por
Faustino Merchán Gabaldón Ingeniero y escritor
León

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C ualquiera que analice, sin pretender engañarse a sí mismo al solitario, sus pensamientos y posturas, descubrirá su propia tendencia a la pereza intelectual, a la rigidez, al dogmatismo, al prejuicio, probablemente debido a la ley de la mínima energía, del mínimo esfuerzo. Enfrentado a la seguridad de la muerte, el hombre puede buscar su alivio, aunque sea a través de la mentira y el autoengaño.

La palabrería de vendedores de humo, chamanes y charlatanes aventureros de la política consigue fácilmente reducir y seducir incluso a las mentes más brillantes y preparadas. Si ni siquiera el conocimiento científico más exigente es una barrera contra la irracionalidad y la barbarie, hemos de encontrar asideros o referencias contra la seducción por la mentira fácil bajo un bonito envoltorio.

Estamos en pleno siglo XXI, estrenado un nuevo milenio. Ante la gran expectativa que hechos así suelen crear, algunos se apresuran a vaticinar para fechas cercanas el cumplimiento de antiguas profecías de un supuesto apocalíptico fin del mundo, fruto de la maldad del hombre o del juicio divino. Otros, por el contrario, ven con optimismo y esperanza, para toda la humanidad, una era de paz y prosperidad, de despertar espiritual y de justicia social.

Independientemente de cómo veamos el futuro, debemos preguntarnos si en los tiempos que nos toca vivir, con todo el progreso tecnológico y la abundancia material de la que gozamos, somos conscientes de nuestra fragilidad, y por ello mejores personas. Desgraciadamente si no queremos engañarnos, la respuesta no puede ser positiva. La tecnología ha traído consigo una mayor producción y mejora de los bienes de consumo, pero no ha logrado el bienestar íntimo de nuestras familias y comunidades. Aunque el conocimiento actual se ha multiplicado exponencialmente, no somos plenamente conscientes de la dimensión espiritual y afectiva de la vida. Permanecen vivos entre nosotros el desprecio por el otro, el mismo odio tribal, la intolerancia y la incomprensión que han provocado a lo largo de la historia los muros inaccesibles entre pueblos y razas

El remedio provendrá de la sabiduría ancestral de muchos siglos, y del control de las limitaciones, debilidades y flaquezas humanas. El método experimental que se define en el siglo XVII, viene de la tradición antigua del empirismo y el escepticismo. El estudio profundo de Sócrates, Buda, Epicuro, Lao Tzu, Montaigne, Lucrecio, nos enseña el hábito de la humildad intelectual y la ironía, de la necesidad y la dificultad de la atención a las cosas, combinada con el recelo o la duda hacia las apariencias, con la conciencia de que no siempre debemos fiarnos del testimonio inmediato de nuestros sentidos y razonamientos. Conviene no olvidar que somos extremadamente vulnerables a los charlatanes y chamanes de la salud, como a los de la vida pública.

La armonía, la precisión y el orden son evidentes en la naturaleza y en nuestro vasto universo. A lo largo de millones de años, los ciclos de la vida, de la naturaleza y del universo se han perpetuado con una precisión admirable. Cuesta creer que este maravilloso universo sea fruto del azar. Todo lo que existe, aún la más pequeña partícula o célula tiene un cierto propósito, cumple una función. Tiene que haber un origen de este diseño universal, una primera causa que confiere sentido a todas las cosas, para que encajen en el puzzle de la vida y se mantenga la armonía del universo.

Los problemas que presenta nuestra sociedad no son radicalmente nuevos, se sitúan en la desconfianza en el propio hombre, y en sus potencialidades. Un análisis profundo de la situación que atraviesa nuestra sociedad moderna nos llevaría finalmente a ahondar en las raíces mismas de la humanidad, en los orígenes de la historia. A lo largo de la misma vemos que el hombre ha intentado continuamente buscar la felicidad, sin que al mismo tiempo pudiera evitar actitudes y comportamientos que le conducirían inevitablemente a la infelicidad y al mayor de los vacios.

El hombre está condenado a vivir en la incertidumbre, siendo consciente de los límites de la razón. La libertad del hombre es de orden aleatoria, de tal forma que se hace imposible su determinación, el hombre está condenado a ser libre, amenazado por el gran mal del presente, la ignorancia, que en muchos casos conlleva la maldad. Por ello el pasado está tan abierto como el futuro, al negar la historia, ello conlleva negar el tiempo y el espacio, lo que conlleva seguramente la negación del hombre. La negación de la verdad nos puede conducir al nihilismo, alejado del hombre como portador de necesidades afectivas, con afán de superación individual y colectiva. Es decir, estamos ante un tiempo nuevo, de una realidad que se nos impone, las relaciones con los demás, con la naturaleza, con nosotros mismos. Hasta ahora, el hombre entendía la vida como un preámbulo de la muerte. Se pide una muerte digna, que no es la muerte la que confiere dignidad a la vida, sino al contrario, la vida la que confiere dignidad a la muerte. Hemos construido sobre la aberración roussoniana de que el hombre nace pleno de bondad y se pervierte en el contacto con la vida; y a través de la razón se le puede reconducir de nuevo como sujeto bondadoso, como agente transformador de la naturaleza, y de los demás seres humanos.

El hombre robotizado puede ser presa fácil de la rabia e histeria colectiva, y del consumismo, de la soledad, incluso en clave perversa, en la gran amenaza que pesa sobre la humanidad, que no se observa a sí misma en el espejo.

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