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Publicado por
Enrique Mendoza Díaz abogado
León

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E spaña se queja sin pausa. Pienso que ningún país en el mundo nos iguala en el per cápita de dicho producto. Un rabioso coro de agresivos lamentos se oye los 365 días del año durante las 24 horas del día. Se quejan los empleados públicos, los mineros, los profesores, los estudiantes, los ganaderos, los artistas, los agricultores… ¿Me falta alguien? Nuevos quejicosos («que se queja demasiado, y la mayoría de las veces sin causa» nos recuerda el diccionario) aparecen, cada día, haciendo difícil mantener actualizada la lista.

Los elementos psicológicos asociados a nuestra proclividad a la queja se encadenan circularmente, dando lugar al siguiente ciclo: insatisfacción malhumorada convertida en queja, queja devenida en protesta ruidosa, protesta traducida en limosneo a «papá Estado», limosneo manifestado en movilizaciones, movilizaciones dando lugar a soluciones, soluciones causando malhumorada insatisfacción por no ser suficientes, dicha insuficiencia lleva enseguida a una nueva queja, ésta a una nueva protesta, la cual inspira una nueva exigencia que se hace carne en una nueva movilización que produce un nuevo arreglo que termina en una nueva insatisfacción que da lugar a una nueva queja que…..

Nuestra sociedad, tan rica en quejicas, es entonces una sociedad rica en resentidos, esto es, en subordinados o empleados que no toleran serlo, pero, al mismo tiempo, son incapaces de dejar de serlo. Atrapado en esa pasividad que le impide abandonar su condición, el protestón medio suple su falta de energía para emprender algo por su cuenta y así mejorar su situación con un despliegue rabioso y de corto aliento para exigir que las cosas se emprendan por cuenta de terceros. «Alguien» debe financiarnos los estudios, alguien debe asegurarnos nuestros cultivos, alguien debe protegernos de la competencia, alguien debe garantizar nuestros puestos de trabajo, alguien debe subsidiar nuestros productos, y asegurar nuestro modo de vida. Ese «alguien» es el Estado, ese «alguien» somos los demás.

¿Qué sucedería si, por arte de magia, estos individuos dedicaran la misma cantidad de energía que gastan en la queja a hacer mejor su trabajo, hallar medios de colaborar con los demás, de aunar esfuerzos? Esto es, sencillamente, lo que ocurre en otras sociedades que, «casualmente» son las más prósperas. El fulano descontento con su vida y su suerte no pierde mucho tiempo en quejarse (por cierto, está muy mal visto) sino más bien busca modos de emprender algo nuevo en lo que le vaya mejor. Confía en su capacidad personal y no asume que deba ser ayudado a cada paso, como si fuera un inválido. En fin, esto es lo que hay.