Diario de León
Publicado por
José Manuel DÍez Alonso antropólogo social y cultural
León

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L a mañana del 4 de mayo, delante de la puerta del Cordero de San Isidoro de León, un puñado de autoridades autonómicas y locales posaron para una de esas instantáneas grupales, donde los cuerpos miran en la misma dirección, hacia el metafórico pajarito de los antiguos fotógrafos.

Unos días antes, la presidenta de las Cortes autonómicas había declarado que un comité de expertos se encargará de “utilizar la cultura como un vehículo que permita generar identidad” autonómica.

Es un objetivo contradictorio con el declarado por la Fundación Villalar: “acrecentar el sentimiento de pertenencia de los castellanos y leoneses a una Comunidad Autónoma con identidad propia (...)”. La identidad, sea eso lo que sea, ¿necesita generarse o ya existe y sólo hay que darle unos meneos para que crezca?

Frases tan rotundas conllevan un propósito inquietante: instrumentar la cultura para crear identidad. No hace falta una imaginación desmesurada para suponer que de, proyectarse una acción institucional de similar objetivo en, por ejemplo, Cataluña o Euskadi, haría poner el grito en el cielo por parte de quienes califican a los demás peyorativamente de nacionalistas, al tiempo que hacen gala de un nacionalismo castellanocéntrico en lo histórico, lo administrativo y lo lingüístico.

Sin embargo, con una sola excepción, ninguno de los partidos emergidos y emergentes con representación autonómica ha dicho esta boca es mía, aunque el disenso y la resistencia corran en esta primavera lluviosa como una corriente más o menos caudalosa o subterránea por las redes sociales digitales y las páginas de opinión de algunos periódicos.

En cuanto al medio propuesto para generar esa identidad, hace su aparición en escena la estrella invitada a las celebraciones, nada más y nada menos que la cultura. Tal vez convenga ser más precisos. ¿Se refieren con ello, por ejemplo, a exposiciones, libros de texto y publicidad institucional? Porque, ya nos vamos aclarando, me temo que de eso se trate, de crear hegemonía, es decir, de que la población, en especial la leonesa, acepte el mapa autonómico. ¿Qué pretenden, la presidenta y los expertos? ¿Qué olvidemos el gentilicio de leonesas y leoneses? ¿Qué vayamos cada 23 de abril a comulgar a Villalar? ¿Qué nos tatuemos banderas cuarteladas?

Castilla y León fue una construcción de ciertas elites políticas y académicas. Ahora, el poder vuelve a la carga con un proyecto similar, que trata de ocultar el déficit democrático y el conflicto político subyacentes a la génesis, configuración y desarrollo de la comunidad autónoma.

Así que, para crear identidad autonómica por medio de la cultura, algunos expertos han decidido ponerse a las órdenes del poder político y difundir la ideología que sostiene la comunidad autónoma, esas nueve provincias disparejas que pivotan alrededor de Valladolid. Porque, desengáñense, de lo que se trata es de quién manda aquí. Ese anhelo de influencia ideológica señalado por la presidenta del parlamento resume la práctica de la hegemonía, en versión acuñada por Antonio Gramsci, concepto que nos permite comprender los mecanismos en virtud de los cuales los grupos dominantes mantienen su poder mediante la aceptación de las poblaciones dominadas. Dominio ideológico que, en el caso que nos ocupa, tiene su correlato en la irrelevancia política de León, sin duda un factor principal de la desindustrialización, la emigración y el envejecimiento poblacional.

Sin embargo, toda hegemonía es frágil e incompleta, siempre susceptible de provocar resistencias, por ello contrahegemónicas. Así, mientras las autoridades miraban el 4 de mayo al pajarito delante de San Isidoro, a pocos metros decenas de leoneses ondeaban banderas y abrían una vez más una grieta, una falla, un abismo de desasosiego en la plácida mañana de régimen.

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