Diario de León
Publicado por
MARINERO DE RÍO EMILIO GANCEDO
León

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L ugar fascinante y desesperante, probeta social a escala, campo de pruebas para el mañana donde hay caídas y golpes que suenan como hongos atómicos, los parques infantiles son uno de esos lugares en los que de repente te das cuenta de que hablas como tu padre y comienzas a apreciar la escala, la perspectiva, las dimensiones del cataclismo: has de ahogar unas ganas irrefrenables de tirarte por el tobogán cabeza abajo o de impulsarte en el columpio (perdón, columbio ) hasta que se partan las cadenas o de liarte a guantadas por un quítame allá esa moto de la Patrulla Canina .

En vez de eso, has de dejar paso a tu hijo y a los hijos de otros, y esperar a que todas esas cosas las disfruten los infantes, y de veras quisieras estar ahí, en medio de la refriega parvularia, entre escupitajos, arena y muñecos descabezados, pero más que nada para no tener que escuchar la palabrería de los progenitores, esa insufrible cháchara en la que mensajes incoherentes y contradictorios se suceden sin pausa. Velahí unos bonitos ejemplos: «Venga, que nos vamos ya» (esto nada más llegar), «por la hierba no, que te manchas» (coño, si lo has vestido tú y lo has traído aquí, ¿de qué te quejas?; esto mismo vale para el agua, el barro y otros residuos líquidos o semisólidos, y suele ir acompañada del apéndice «¡pero mira cómo te has puesto!»). Las órdenes o recomendaciones son constantes: «No te metas por ahí», «te vas a hacer daño» (muy bien el anuncio, pero impídelo, castrón), «eso es para mayores», «no lo toques, caca», y todo un rosario de vocablos conminatorios (sal, pasa, ven, corre, coge, haz, besa, saluda, di, a veces en vez de rapaces parecen perros en una demostración de agility ), respondidos casi siempre con una total indiferencia por su parte o haciendo exactamente lo contrario de lo que se les indica (¡admirable su sentido común!).

Luego están esas entrañables escenas de podríamos englobar en el campo semántico de ‘hay que compartir, pero mejor no te acerques a la bici de mi hijo’. Y esos otros histerismos de mostrar al crío como mono de feria, anticipo de lo que querrán de él en el futuro, alarde y pavoneo con las amigas de café: pues el mío ha hecho un máster en Augusta y el mío la especialidad en Wurzburgo.

A una amiga que dirige una guardería le preguntó un día una madre, angustiada: «Vale, sí, juega y está bien, pero usted, ¿de cero a diez, cómo la calificaría?».

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