Cerrar

TRIBUNA

Políticos de partido y políticos de estado

Publicado por
Julio Ferreras educador, excatedrático de IES
León

Creado:

Actualizado:

L a endiablada situación política y social (quizás más política que social), por la que está atravesando nuestro querido país, está implicando cada vez a más ciudadanos a tomar partido, de una u otra manera, lo cual debiera hacerse, no con el ánimo de echar más leña al fuego (que ya arde bastante), sino como un ejercicio y un deber de responsabilidad social. A sabiendas de la dificultad que ello entraña, esa es mi intención y mi deseo, como educador. Por eso, comienzo recordando la semejanza entre las etapas de evolución más significativas del ser humano, como individuo, y las de un pueblo o una sociedad: infancia, adolescencia/juventud y etapa adulta. No parece difícil aceptar que nuestro país, como pueblo y como sociedad en su conjunto, está saliendo de su infancia y adolescencia (según el caso) e intentando alcanzar la etapa adulta. Decir que somos ya un pueblo adulto quizás sea como definirse como patriota, mientras estamos rodeados de corrupción y figuramos en los papeles de Panamá.

Lo político y lo social están muy unidos, y lo que estamos viviendo, desde las últimas elecciones, es la prueba evidente de la falta de madurez política y social, es decir, nuestro comportamiento es aún infantil, donde predomina el egocentrismo frente a la concordia, lo mío frente a lo de todos. Pero, así como el egocentrismo del niño es natural, en las primeras etapas de su infancia, porque funciona como un andamiaje necesario para construir el edificio de su individualidad, es decir, para afirmar y defender su yo, su persona, frente a los demás; el egocentrismo de un pueblo y de sus políticos, por el contrario, tiene consecuencias nefastas. Ese egocentrismo se manifiesta, entre otros, en el siguiente hecho:

Predominio de políticos de partido (lo personal, lo de unos pocos) frente a políticos de estado (lo público, lo de todos), y predominio también de votantes de partido frente a votantes de estado. ¿No es esta la situación por la que atravesamos? ¿No predomina lo personal y particular frente al bien de toda la sociedad? Y centrándonos más, en este momento, en los políticos, ¿no es cierto que los ciudadanos les han dicho, en diciembre pasado, que tienen que aprender a pactar, a ceder de sus posiciones de partido? La dificultad (no quiero hablar de imposibilidad) de hacerlo, por su parte, ¿no es una prueba evidente de la falta de madurez de la clase política?

Se percibe aún, en nuestro país, que las dictaduras dejan, durante mucho tiempo, sus graves huellas de autoritarismo e incultura democrática (de demos = pueblo), y de la falta de desarrollo de lo público, como algo trascendental y sagrado. Por eso quizás, los dos partidos que nos han gobernado a nivel nacional, en nuestra incipiente democracia, están representados por hombres de partido más que por hombres de estado. Ninguno de los dos ha logrado construir una sociedad más justa y equilibrada, sino que han crecido las desigualdades, pues a la vez que las clases más humildes se empobrecen, las clases privilegiadas se enriquecen. Ellos son los responsables principales de la grave situación de nuestro país, y muy en especial, en los últimos años, el partido del gobierno en funciones.

¿No han surgido, por ello, dos nuevos partidos que intentan corregir los graves errores cometidos hasta ahora? Según se afirma en los diferentes medios, uno de estos dos partidos procede del Ibex 35, es decir, de la clase privilegiada, y el otro, de las protestas sociales. Contra ellos arremeten los dos grandes partidos porque les han usurpado parte de su espacio electoral, pero hay un dato curioso que merece una breve reflexión: se ataca mucho más al que procede de las protestas sociales. ¿De qué se le acusa? De haber gobernado mal, no es posible; por ello, se lanzan contra él, una y otra vez, diversas acusaciones sin fundamento, por lo que las querellas formuladas han sido archivadas por los tribunales de justicia. Se le acusa también de ser radical, de ser el mismísimo demonio, lo cual nos lleva tristemente a la época de la dictadura. ¡Qué pena, todavía no hemos aprendido! ¡Qué falta de respeto a los votantes de las justas y legítimas protestas que lo han elegido! ¿No sabemos aún que el peor radicalismo y el peor demonio son la injustica, la corrupción, la hipocresía y la falsedad que predominan en los actuales círculos de poder?

¿Y de dónde proceden principalmente esos ataques al nuevo partido? De todas partes; por un lado, de los poderes instituidos, lo cual parece evidenciar que ese partido vendría con aires de hacer una mayor justicia social, y eso a los poderes les espanta. Por otro lado, esos ataques provienen también de los otros tres partidos. Y el resultado es evidente, cuando alguien se ve atacado por todos los flancos, es lógico que intente defenderse y que, en esa defensa, pierda a veces los papeles. Y volviendo a los papeles, ¿acaso los de Panamá no son otra prueba más de dónde está el verdadero peligro en nuestra sociedad? En los poderes establecidos, en los propios estados modernos constituidos esencialmente para defender los privilegios de los poderosos. Recientemente un lúcido coronel del ejército ha manifestado, en relación con el peligro nuclear: «A mí me están dando más miedo los Estados que los grupos terroristas». Lo mismo se podría afirmar: «A mí me dan más miedo los partidos que han gobernado y se han corrompido, olvidando los derechos de los ciudadanos, que los partidos nuevos», surgidos —no lo olvidemos— como reacción a esa corrupción y ese olvido de los ciudadanos.

Y una última pregunta: ¿En este momento histórico, en que predominan los políticos y los votantes de partido frente a los políticos y votantes de estado, estas nuevas elecciones podrán traer la solución al problema? Ojalá la sensatez y la responsabilidad social salgan también de las urnas.