Europa titubea
L a Unión Europea es el fruto de la clarividencia, del entusiasmo y de la ilusión de sus promotores. Entonces, todavía con los rescoldos humeantes de la II Guerra Mundial, el principal objetivo era garantizar una paz, que el continente no conocía desde hacía siglos, a través de un acercamiento entre los diferentes pueblos hasta llegar a un proceso de integración. Los fines del proyecto no podían ser más sugestivos y durante las primeras décadas avanzaron con dificultades y problemas, pero siempre con la confianza puesta en el éxito.
El proceso comenzó a zigzaguear hasta perder el rumbo cuando los intereses económicos se fueron imponiendo a todos los demás, cuando la UE pasó a convertirse en una ONG gigante que repartía dinero entre sus integrantes, y cuando una generación de políticos sin ideas claras ni personalidades influyentes abandonaron el rigor con que sus predecesores controlaban la incorporación de nuevos miembros sin valorar adecuadamente su simpatía y predisposición a aceptar las exigencias colectivas ni tener sus estructuras al nivel exigido.
Las últimas ampliaciones, que en poco tiempo duplicaron el número de miembros de los años brillantes, fue una huida hacia adelante que lejos de aportar elementos positivos a la unidad lo único que consiguió fue ponerla en un brete. La voluntad, elogiable desde luego, de evitar ponerle puertas a nadie se administró mal y el resultado salta a la vista. El Reino Unido, que hoy pone a prueba su continuidad, nunca fue un socio cómodo, pero sí importante y en líneas generales responsable del reto.
El desorden que se creó más recientemente, con el comienzo de una insostenible pertenencia a la carta, que estrenó Dinamarca y mantiene al límite Hungría, ha proporcionado a los euroescépticos británicos los argumentos que necesitaban para intentar desentenderse del proyecto. Pase lo que pase con el ‘brexit’, las consecuencias serán desastrosas. Si triunfa el sí, sólo los obnubilados nacionalistas no se creen que ellos serán los primeros perjudicados, aunque no sean los únicos; pero si triunfa el no, como es de desear, tampoco cabría celebrarlo con demasiado entusiasmo.
El mal, del cual no cabe culpar a otro que no sea el timorato premier, David Cameron, ya está hecho. Se ha sentado un precedente que no caerá en saco roto. El Reino Unido se quedará con las excepciones que le fueron concedidas para que los anti ‘brexit’ pudiesen ofrecer alguna ventajosa compensación discriminatoria a su desprecio a los demás. Ahora mismo los problemas sólo se contemplan con los argumentos de los banqueros. Pero la UE es, o debería ser, algo más. El gran problema es que actualmente no se ven líderes como Monet, Adenauer, De Gasperi, Shuman, Spaak, Spinelli, etcétera, para reencauzarla.