HOJAS DE CHOPO
Para evitar que explote
Define la RAE adicción como «dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico». Al margen de las conocidas, por habituales desgraciadamente, cabe aquí un rosario de doble vuelta con nombres para todos los disgustos. No sé si existen adicciones benévolas, aunque sospecho de algunas que sean, al menos, neutras. Conozco, por ejemplo, a algún adicto a determinada marca de agua mineral con gas, cuyos beneficios o perjuicios bailan con frecuencia en el alero de la publicidad, tan variable siempre, tan interesada y, por tanto, tan contradictoria. La historia no deja de ser un cúmulo de contradicciones. Y de curiosidades. El enganche del que hoy hablamos, absolutamente real —la realidad supera la ficción—, también tiene que ver con el gas. Pero con otro. Verán.
Sahar es una niña morena y vivaracha. Juega con todo lo que encuentra. Como casi todos los niños. Podría inventarme un apellido, que no aparece en la noticia, ni tampoco la ciudad de Irán en la que vive. Sahar en una niña iraquí de tres años. 1986. «Se hizo adicta a los tres años, jugando con envases de aerosol, delante de sus padres, que no eran conscientes del peligro y la afición que se despertaba en su hija». Cuando, como ustedes saben, no se pone remedio a lo aparentemente baladí, las cosas pueden complicarse. Como le ocurrió a Sahar, que poco a poco se fue aficionando a otras inhalaciones. «Sahar inhala gas butano directamente de las bombonas de la cocina, cuando sus padres salen del hogar».
Las cosas fueron a más. Ya se sabe que nos sentimos dominadores de nuestras debilidades para atajarlas en el momento que decidamos. Nada más lejos de la realidad, cuya experiencia suele mostrarnos la dirección contraria. «Últimamente, Sahar pedía incluso permiso a sus padres para inhalar gas y calmarse. Tras inhalar, su cara se pone negra, su piel se vuelve completamente blanca, se acuesta relajada y se queda dormida como en éxtasis».
Los padres están muy preocupados, tanto, que han empezado a recorrer la consulta de varios médicos. Ante la permanente petición de consejo, el último doctor, entornando los ojos en busca de respuesta, no tardó en dársela:
—De momento, aléjenla del calor para evitar que explote.
La noticia, recogida en varios medios, incluido el periódico que tiene en sus manos, está fechada en noviembre de 1997. Tenía ella 14 años. Lo que más me gustaría saber ahora es qué habrá sido de aquella niña iraquí morena y vivaracha.