Voceras
M is recuerdos sanfermineros son tan difusos e imprecisos como el líquido aglutinante que estos días baja rabión por las calles de Pamplona: en las fotos que revelé —vale, sí, fue hace ya unos años— aparezco feliz, abrazando como a amigos íntimos a personas completamente desconocidas, y también arengando a las masas desde el balcón de la sede de Eusko Alkartasuna. Además, pedí dos días libres, a mayores, en las prácticas veraniegas que por entonces desempeñaba en este periódico, y tardé una semana en volver.
«Ya pensábamos que te había pillado el toro», me dijo Eduardo Diego.
Viene esto a cuento por la personalidad encargada, este año, de lanzar el indefectible chupinazo pamplonica. Nada de políticos ni de futbolistas ni de presentadores de televisión: por primera vez se sometió la cosa a votación popular y resultó ganador Jesús Ilundáin, El Tuli , mozo de 85 años, promotor en la década de los cincuenta del canto con el que desde entonces se ha venido invocando la protección del santo antes del encierro.
Un tipo normal, querido, apreciado, conocedor de la tradición e impulsor de la misma. Un paisano, que diríamos aquí. Da envidia el gesto. Y es contagiosa su sonrisa, el chispazo de recompensa y felicidad infinitas que le foguea en los ojos nada más darle lumbre al cohete. Pasa a menudo también en Asturias, con esos paisanos de honor escogidos entre la vecindad artesana o aún ganadera, gente cabal, mordaz, entrañable, prestosísima.
Casi como aquí, donde ese tipo de pregones y proclamas, salvo honrosas excepciones, suelen encargarse a políticos y directores generales que en ocasiones no tienen ni la más remota idea de dónde está el pueblo que requiere su presencia ni cuáles son sus cuitas históricas o cotidianas. Lo peor es que ni les suele interesar, y hacen (o les hacen) discursos vacuos e intercambiables. Los organizadores sólo piensan mezquinamente en sacar tajada del lametón patronal y así les luce el pelo. En vez de compensar al paisano, al emprendedor, al currante, dan pábulo y sonrisa servil al florón insustancial.
Cuentan de uno de esos voceros o voceras que, cuando marchaba a pregonear, tuvo que darse la vuelta y preguntar al conserje cómo se llegaba a aquel pueblo.
Así que... más Tulis , por favor.