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LA VELETA ANTONIO PAPELL
León

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E s imposible dejar de ver un panorama sombrío en todo el orbe que se caracteriza por el ascenso imparable de los fundamentalismos religiosos, la irrupción de ideologías extremas y rupturistas y el ensayo de opciones antisistema. Algunos análisis vinculan este estado de cosas a la ruptura, a escala global, del ascensor social. Y más concretamente a la quiebra de la tendencia universal al crecimiento y el desarrollo a medio y largo plazo, que aseguraba desde hace varias generaciones mayor prosperidad a los hijos que a los padres, a los nietos que a los abuelos. La crisis de 2008 ha producido una gran precarización del empleo y una intensa devaluación salarial, pero hay además otros factores que no son cíclicos sino que amenazan con cronificarse: el peso decreciente de los salarios en el PIB, el envejecimiento de la población y por tanto el descenso relativo de la población activa, y la gran revolución tecnológica, que conduce a una automatización creciente de los procesos productivos.

El problema, en definitiva, no es tanto que hayamos atravesado una mala coyuntura y que nos cueste superarla sino que estamos ingresando en una realidad nueva, en la que no habrá empleo para todos y en que no se podrá asegurar que el mercado sea capaz de asignar salarios crecientes a las personas y a las sagas familiares como hasta ahora. Las transferencias públicas de los estados han paliado hasta ahora el problema, que hubiera sido mucho más grave sin los mecanismos del estado de bienestar que protegen a los desempleados, a los indigentes o en general a las víctimas del cambio, pero este efecto paliativo se acaba.

Estas realidades no han sido todavía interiorizadas por la política real de nuestros países, por lo que es obligada una reflexión intensa que derive en una adaptación a los nuevos tiempos. Cuando se habla de instaurar un salario básico universal, concepto que fue lanzado primero por partidos excéntricos y que sin embargo está llegando a todo el espectro, no se hace sino prevenir la situación ya mencionada de un empleo estructuralmente escaso, que obligará a sostener a quienes no lo consigan, no sólo por motivos humanitarios sino también para que generen demanda, que es motor de la actividad, del crecimiento económico. Naturalmente, entramos en campos muy complejos que deben analizarse y recorrerse con cuidado, pero también con urgencia porque, en estos asuntos, el futuro ya es hoy.