EDITORIAL. Fuego: un gran peligro que sólo se combate desde la concienciación
La posible relación del vecino de 86 años con el incendio que en la tarde y noche del domingo calcinó 190 hectáreas de arbolado y pastos en el municipio de Riello y en el que él mismo resultó herido no es ajena a los vecinos ni a las autoridades. El consejero de Medio Ambiente afirmó que «se está investigando» y esa es una labor que desarrolla la Guardia Civil bajo la tutela del juez de instrucción, tras abrir un procedimiento por un fuego «que parece que pudiera haber sido provocado intencionada o imprudentemente». Metidos ya en la segunda semana de agosto, lo cierto es que la temporada de incendios era «favorable», teniendo en cuenta las circunstancias adversas que se habían dado: una primavera muy lluviosa y mucha frondosidad y un verano con temperaturas excepcionalmente altas, escasa humedad y vientos ligeros y cambiantes. Todas ellas —y al parecer alguna más— se aliaron para que el del domingo se convirtiese en el más importante del año en la provincia, no sólo por la superficie quemada, sino por la virulencia de las llamas y el peligro que supusieron para los pueblos, los vecinos, sus viviendas y sus propiedades.
Lejos de pretender establecer culpabilidades, que es algo que le corresponde al juez, y al margen de que se confirme la imprudencia o la intencionalidad, es sabido que la mano del hombre está detrás del 91% de los incendios que se declaran, de los cuales el 40% se deben a imprudencias de las personas, por lo general en la quema de rastrojos, y el 51% restante a actuaciones criminales. Estamos pues ante un situación en la que más de nueve de cada diez incendios son evitables por la sencilla razón de que en su origen está la mano del hombre. Y en casos concretos se sabe —los vecinos saben perfectamente— qué mano y la de qué hombre. Desde tiempo inmemorial se recurre al fuego para limpiar el monte o eliminar los rastrojos. El problema es que esa quema más o menos controlada se convierte en un auténtico peligro que en demasiadas ocasiones acaba en incendio forestal y que, ya en primer lugar y sólo como mínimo, genera para todos un daño económico directo por los costes de extinción. Es necesario poner fin a esa cultura popular todavía tan arraigada en el medio rural y abundar en la concienciación y la colaboración vecinal. No se trata en estos casos de enfermos —lo son los pirómanos, como el que ayer mismo intentó quemar el monte de Sancedo—, sino de autores de un delito incapaces de ver que más allá de sus propios intereses —y obsesiones— están los de todos los demás y los del medio ambiente, un legado de enorme valor como para ser abrasado por la inconsciencia y la irresponsabilidad. La Justicia puede ser justa en estos casos, pero no reparadora de los daños. Por eso estaría bien que, dentro de la necesaria prudencia que se exige en la inculpación, quienes tienen esos hábitos al menos pudieran ver en ella una razón disuasoria.