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Publicado por
La gaveta César Gavela
León

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V einte años antes de que naciera Lidia Valentín, la berciana que acaba de ganar la medalla de bronce en halterofilia en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, surgió en Ponferrada ese deporte inusitado con un vigor no menos insólito. Una disciplina física que en aquellos tiempos dominaban los países del telón de acero, dopajes comunistas aparte.

Fui testigo de aquella novedad. En compañía de mi hermano, y ambos como meros observadores, acudimos varias veces a un tosco gimnasio que el entusiasta José Luis Sáez tenía en un territorio fronterizo de la ciudad, entre las vías del tren y los prostíbulos del barrio del Bosque. Entonces no existía el viaducto, y aquellos mundos eran de mucho olvido y barrizal.

El gimnasio parecía un taller de chapa y pintura con suelo de cemento y con fotos de los grandes levantadores soviéticos por las paredes. En medio del frío del invierno o del calor del verano, había allí unas pilas de pesas con las que se fajaban cada tarde unos cuantos mozos fornidos del Bierzo, entre los que, casualmente había dos que eran compañeros de clase: José Antonio Orallo y José Ramón Quiroga, dos pequeños colosos de la halterofilia, que compartían su pasión con otras gentes de las que tengo vaga memoria, aunque me acuerdo bien de uno bajito y fogoso que cada vez que levantaba los hierros daba unos aullidos espeluznantes, que a mí me gustaban mucho. Luego sabría que esa reacción era algo muy habitual entre quienes se atreven a alzar pesos que a veces hasta casi duplican el que da en la balanza el atleta. Lo que se consigue con un enorme esfuerzo, entrenamiento y constancia.

Aquellos chicos, amparados por la bonhomía y la vocación visionaria de Sáez, cuya familia tenía una tintorería en la calle Luciana Fernández, ganaron muchos premios, se hicieron famosos en la provincia y creo que alcanzaron triunfos de ámbito regional y alguno de ellos, nacional. Configurando una admirable llamarada de músculo y reconocimiento a pesar de la clamorosa ausencia de medios. Hechos que demostraban que una ciudad del noroeste, entonces muy remota y destartalada, podía convertirse en un abrupto emporio de un deporte exigente y monótono, durísimo y noble.

Y de aquella tradición, que luego fue languideciendo, aunque nunca del todo, ha surgido esa flor de talento y acero, que es Lidia Valentín, medalla de bronce en Río de Janeiro y también en Londres, aunque parece que lo de Londres puede convertirse en algo mucho mejor una vez han sido descalificadas las levantadoras rusas, que siguen en la cuerda de los timos deportivos propios de los soviéticos y sus propagandas.

Lidia ha puesto el nombre del Bierzo en el orbe de la halterofilia. Y lo ha hecho con solvencia, entrega, naturalidad y encanto. Un ejemplo de fe y superación para todos los leoneses. Felicidades, paisana; estamos muy orgullosos de ti.

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