La parábola del dolor
A nton Costas, gallego ejerciente, discípulo del economista Fabián Estapé, catedrático de Economía Aplicada en la Facultad de Económicas de la UB, hasta hace poco presidente del Círculo de Economía de Cataluña, polemista incisivo y gran comunicador, que ha arrojado raudales de sentido común sobre la crisis económica, primero, y sobre el conflicto catalán, después acaba de publicar e la prensa del Principado un inteligente artículo sobre el método reformista, es decir, sobre aquella acción política que consiste en la aplicación gradual de medidas para modernizar la economía o adaptarla a los necesarios equilibrios: se titula «lo que los reformistas pueden aprender de los cirujanos».
Explica Costas que, tras una intervención quirúrgica que padeció en primera persona, el anestesista le proveyó de una bomba de analgésicos que, de forma programada, le inyectase tales fármacos para librarle del dolor subsiguiente a la operación después de abandonar el recinto hospitalario Fue aleccionado para que si experimentaba pese a ello alguna molestia, la máquina tenía un resorte manual que podía accionar para intensificar el efecto lenitivo. Costas, imbuido de las convicciones aprendidas de niño que recomiendan resistir el dolor como virtud moral, respondió que pulsaría el resorte si el dolor se volvía insoportable. Y recibió una dura recriminación del facultativo: «¡No! ¿Queremos dolor cero!», dijo, y al ver la cara de perplejidad del enfermo, le explicó: «El dolor estresa al organismo y obstaculiza la eficaz recuperación operatoria».
La moraleja es fácil de obtener: no es legítimo que los políticos justifiquen constantemente decisiones dolorosas para la ciudadanía con el argumento de una redención más o menos incierta en el futuro. Los recortes han de adoptarse con analgésicos, proveyendo a los ciudadanos de la correspondiente bomba de analgésicos que mitiguen todo lo posible el malestar creado, tendiendo la necesaria red inferior para que nadie baje en la escala social más allá de determinado umbral y se estrelle contra el duro suelo. No se puede postrar a muchos para salvar a otros con la promesa de una resurrección: toda la cirugía debe hacerse con anestesia, aunque haya argumentos terapéuticos para organizar una carnicería.