Diario de León
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CUERPO A TIERRA. ANTONIO MANILLA
León

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El ‘Lara de Castrocalbón’, antes de perderse para la bohemia editora por una tosca trama de extorsión que dio con sus huesos en la trena, se ganó irónicamente el apodo del fundador de la editorial Planeta porque promovía premios literarios que ganaba casi siempre alguien muy próximo a él con seudónimo, porque publicaba la obra de los incautos que se la autofinanciasen previamente, porque manejaba, en fin, una miríada de publicaciones y triquiñuelas con que traer los cuartos y el pan de cada día a su casa a costa de la buena voluntad de los aspirantes a escritor más cándidos del país. No le llovían las denuncias porque, como a menudo ocurre en el ramo del timo, el timado también tenía algo que callar, aunque nada más fuera el sueño inocente de convertirse en autor impreso.

El caso de Darío Frías Paredes, al que podríamos llamar el Rabindranath de los premios por su nutrido currículo, que se acaba de denunciar por lo que puede ser apenas la parte visible del iceberg, tiene en apariencia poco de picaresca de buscavidas y mucho de inexplicable. La demanda, puesta por dos poetas importantes que se han visto saqueados, incluso cuantifica a cuánto se eleva el daño, ya que el demandado no es sólo que plagiara (presuntamente) sino que tenía la desfachatez de ganar premios de poesía con los versos de otros. Galardones que además de bolsa conllevaban publicación y, por lo tanto, quedaban expuestos al escrutinio lector del público, que incluye, claro, a los autores de cuyo trabajo aparentemente se apropiaba, que al parecer son más de un par, pues no en vano el nombre del navarro Darío Frías ya había sido puesto en la picota de algunos foros internáuticos de escritores por sus renuncios, rehúsos y turbios tejemanejes.

Walter Benjamin sostenía que la única obra dotada plenamente de sentido, en nuestro tiempo, era la hecha a modo de collage y eco de otras. Pero una cosa es citar a alguien dentro de la propia obra, como homenaje o deferencia, y otra copiar tiradas de versos casi literalmente y hacerlos pasar como propios. La intertextualidad también tiene un límite. A Darío Frías, el «Rabindranath de Tudela» que hasta hace poco tenía entrada personal en la Wikipedia con la retahíla de premios que había obtenido, lo han pillado con las manos en la masa.

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