TRIBUNA
El tiempo y la muerte
S e dice que el tiempo es un gran maestro, lo malo es que va matando a sus discípulos». Esta acertada reflexión del gran compositor Héctor Berlioz viene como anillo al dedo para describir no ya el desgaste, sino la lenta pero inexorable muerte, de quienes desde el 20 de diciembre del pasado año han malgastado nueve meses de su tiempo en vanas e inexplicables actitudes y posturas que les están conduciendo al más absurdo de los suicidios políticos de la historia de este país.
Desde mi modesta pero dilatada experiencia de años dedicados al apasionante oficio de la cosa pública, es muy difícil entender el grado de deterioro que se ha venido produciendo en estos últimos tiempos en el quehacer político de los líderes y dirigentes de las distintas formaciones que componen el arco parlamentario español.
Mantengo la teoría de que los atentados del 11 de marzo del año 2004 marcaron una frontera que produjo una ruptura en el tradicional entendimiento entre los dos grandes partidos de centro derecha y centro izquierda de nuestra nación, a pesar de las obligadas y en ocasiones duras confrontaciones que mantuvieron desde la transición política.
España y su sociedad ha cambiado sustancialmente desde aquella horrible pero muy bien meditada tragedia. Fue significativo el salto revolucionario que supuso el acceso al poder del gobierno de Zapatero deslegitimando todo el período de la Transición y reivindicando el fracasado período de la Segunda República como pilares de nuestra actual democracia o su pertinaz y destructiva política autonómica al poner en entredicho la definición constitucional de nación y dando carta blanca a un Estatuto de Autonomía de Cataluña que ha sido el inicio de un continuo desafío a las instituciones del Estado con un grave debilitamiento de la unidad de España.
Si a esto le unimos su persistente ataque a los tradicionales valores de una parte de la sociedad española asentados en un Estado aconfesional sobre principios de una ética y moral católica, con el solo objetivo de sustituirlos por una ética y moral civil que impregnara a las instituciones y a la sociedad de un agresivo laicismo y anticatolicismo o su política tercermundista de alianzas internacionales además de su errática y nefasta negativa de aceptar una crisis económica de muy dramáticas consecuencias para la sociedad española, se puede entender el resultado de la esperpéntica situación política que estamos viviendo.
Bien es verdad que las frivolidades y torpezas de ZP, profesor ayudante de derecho constitucional y diputado a términis, hoy Consejero de Estado e ilustre mediador conferenciante, no deben ocultar los errores que han llevado al partido popular y al incombustible Mariano Rajoy a una pérdida relevante de apoyo de sus tradicionales votantes. Su obsesiva pero obligada priorización de su gobierno para afrontar la brutal caída del empleo y la inflexible gestión económica impuesta por la agenda europea le ha llevado a descuidar ostensiblemente otros aspectos no menos importantes de la gestión política que sería irrelevante, por conocidos, enumerar.
Las consecuencias están ahí. Una izquierda que se debate en las procelosas aguas de su indeterminación, dividida y enfrentada por su liderazgo entre un Pedro Sánchez que impresiona y aburre a los españoles por su insultante negatividad y un Pablo Iglesias que, física e intelectualmente desaliñado, ha tardado bien poco en arrastrar a su parroquia civil a los usos y costumbres de su denostada casta: rebeliones internas, corruptelas y contradicciones, oscura financiación, uso de bienes y dinero parlamentario ayer rechazables y hoy disfrutado por sus insignes diputados y senadores.
Con estos precedentes, fracturada y dividida la izquierda española, al espacio de centro derecha liderado hoy por el Partido Popular, no le queda otra que buscar aliados para recomponer la ansiada gobernabilidad del Estado. El todavía aprendiz Rivera, debe aplicar hoy con inteligencia y pragmatismo, el tiempo que le resta en apoyar con decisión un nuevo proyecto para España. El lenguaje juvenil arrogante y exigente, del que ha hecho gala hasta ahora, no es el apropiado para una negociación sosegada y eficaz. Ciudadanos debe utilizar el tiempo transcurrido como un purgatorio para reflexionar y ahondar en el importante papel que a partir de la próxima legislatura pueden y deben jugar en la vida política española.
El Partido Popular debe y está obligado a hacer todo lo humanamente posible para sacar a España de este inaudito embrollo. También para Rajoy se le acaba el tiempo. Unas terceras elecciones sin una victoria contundente, que no parece serlo, convertiría la sede de Génova en una morgue política.
Solo el arrojo y la sensatez de los buenos y patriotas socialistas, que haberlos hay, pueden coadyuvar a dar un merecido respiro a los sufridos españoles permitiendo la suma aritmética de un gobierno estable y abierto a nuevas formas de participación y debate en sus decisiones para la buena administración de los intereses y el bien común de nuestro país.
Si por el contrario la insensatez y la obstinación de unos y otros nos obligara a unas nuevas elecciones sería para todos ellos la crónica de una muerte anunciada. Se convertirían en los pésimos discípulos de un gran maestro que como es el tiempo los ha matado.