Por un puñado de mítines
N os la han colado. Como la historia ya estaba escrita antes de empezar, nos han sustituido la sesión de investidura en el Congreso por un puñado de mítines.
El candidato, ni en su pétreo discurso del martes, ni en su chispeante actuación del miércoles, mostró un especial interés en vender un programa que presentaba sin ganas y sin esperanzas.
Sus dos oponentes principales, Sánchez e Iglesias, en justa correspondencia, tampoco exhibieron mayor voluntad de discutirlo o criticarlo.
En su lugar, ambos optaron por sendos actos de campaña, no se sabe bien si con vistas a un ensayo alternativo de gobierno (hipótesis que cada vez que uno los oye se antoja más inverosímil) o a unas terceras elecciones de las que ninguno quiere ser declarado culpable y en las que los dos, como es obvio, desean mejorar sus resultados.
A los mítines de los líderes del PSOE y de Podemos, Rajoy opuso un contramítin vivaz e ingenioso, con momentos agudos e incluso brillantes: mucho más eficaz, desde luego, que el inerte recitado de la víspera.
Y para redondear el espectáculo, subió a la tribuna de oradores Albert Rivera y desempeñó el papel más arduo y extraño de todos: por un lado, pidió el voto para el proyecto del candidato con bastante más energía que éste; por otro, le hizo el reproche de mayor peso y peor defensa de los muchos que le tocó encajar a lo largo de la jornada.
Que le acusen de traicionar a «la gente» en favor de los poderes fácticos, o de ser amparador de corruptos, es algo que resbala ya por la coriácea epidermis de caimán del presidente en funciones. Que su socio le recrimine que no ha hecho los deberes para poder aglutinar una mayoría que le respalde ya es harina de otro costal.
Sin embargo, y si bien se mira, no dejaba de ser otro mítin. Rivera, aunque se tomara la molestia de repasar las propuestas del pacto de gobierno, y ponderarlas y justificarlas supliendo la negligencia del candidato, parecía estar haciendo campaña a la vez para tratar de impedir las terceras elecciones y para no salir demasiado malparado de ellas, si después de todo se producen.
Diríase que se sentía en una compañía que era demasiado inconveniente como para no excusarse y distanciarse, en lo posible.
Al final, esa era la incomodidad, había una votación. Pese al festejo por parte de los suyos de su oratoria y su ironía, tenemos primera foto del candidato: ha reunido 180 votos. En contra.
No es una foto que le favorezca.